La vuelta al colegio es un olor, una incertidumbre, un miedo al cambio, una rutina a la que nunca te acabas de acostumbrar. Es también un negocio, un anuncio repelente y repetitivo, un aparcamiento de hijos, una libertad condicional para trabajar y un horario. El colegio pone orden de un modo indirecto en muchas vidas de adultos que le deben una buena parte de su paz y su salud mental.
Cualquier niño en edad escolar podría hacer el siguiente resumen de lo que nos ha ocupado a los adultos durante estos meses: “estuvieron muy pesados con lo de votar en verano, les dijeron que había extraterrestres, no les importó, se fueron a ver una película de Barbie y otra de la bomba atómica y después se volvieron locos con un beso después de un partido de fútbol. Con lo bien que se está en la piscina”.
Si lo miramos desde el punto de vista de los niños, tiene que ser duro aguantar la matraca y, desde luego, debe ser imposible entender nada. Pasa lo mismo con el anuncio de tormentas en Madrid y las reacciones de unos y de otros. Qué pereza más grande. ¿De verdad hay que discutir por todo? Es muy probable que la vuelta al colegio sea un retorno a la coherencia de los niños frente a la vuelta a la rueda del hámster de los adultos.
Si lo miramos desde el punto de vista de los niños, tiene que ser duro aguantar la matraca y, desde luego, debe ser imposible entender nada.
Así como los niños temen el cambio de clase, la mezcla, el nuevo profesor o el cambio de aula, los adultos también tenemos nuestros temores. Hay mucha gente preocupada por la política, otros tantos que lo están por la economía, el empleo, el futuro o la salud. Volver a la vida cotidiana puede ser más traumático para los padres que para los niños, pero casi nadie se preocupa por ellos. Hay que espabilar.
La vuelta al colegio tras ochenta y pico días de vacaciones es una película repetida, un peldaño inapreciable con el que no quieres tropezar, un trago que se pasa rápido y una amenaza de lluvia que sabes que se cumplirá. Mientras los niños están en el colegio, los adultos, pobres y desamparados, se refugiarán en los bares, pedirán cafés solos, notarán el peso del tiempo en el estómago y el carraspeo de la soledad en la espalda y se darán cuenta de que, aunque sea un gran secreto que jamás puede desvelarse, ellos son los más desvalidos y los más necesitados.
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