Los negacionistas climáticos solo han acertado una cosa, que los científicos se equivocaron, pero porque todo está resultando mucho peor y destructivo de lo teóricamente previsto. Otra desagradable sorpresa es la velocidad endiablada con la que están llegando los cambios.

Baste como ejemplo este sofocante verano, el más caluroso jamás registrado en el planeta. Que una terrorífica DANA ha coronado en España con lluvias torrenciales, responsables de varias víctimas mortales y pérdidas millonarias en infraestructuras, viviendas y cultivos.

El secretario general de la ONU, António Guterres, no ha podido ser más pesimista. En su opinión, basada en la de los mejores científicos del mundo, «la era del calentamiento global ha terminado. La era de la ebullición global ha llegado».

De junio a agosto las olas de calor y altas temperaturas han sido responsables de la muerte de más de 2.000 personas solo en España. Y lo peor no es rozar los 50 grados al medio día. Lo peor, lo hemos sufrido todos, es no poder conciliar el sueño. A las noches tropicales, con temperaturas por encima de los 20 grados, les han superado las noches tórridas, cuando el termómetro no baja de los 25 grados. Y son ya frecuentes las infernales, por encima de los 30 grados.

El problema es que cada vez sufrimos más noches donde el termómetro no baja de los 35 grados, un fenómeno inédito para el que todavía no tenemos ni tan siquiera nombre oficial. ¿Noches de fuego?

Al cambio climático no lo vamos a vencer, pero sí está en nuestras manos que no vaya a peor. Por eso, nunca antes las medidas para reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles habían sido tan urgentes. Nos va en ello la vida. La nuestra y la de los que aún no han nacido.