El conflicto político que hay entre Catalunya y el Estado sólo puede resolverse, se quiera o no, hablando y negociando. Intentar resolverlo a golpes y con sentencias judiciales siempre ha sido y será un error.

Los hay que siempre hemos valorado muy positivamente cualquier vuelta a la política de los que, en su momento, optaron por la confrontación. No hace faltar recordar que para los puros todos los que no estamos a favor del realismo mágico y de la poesía barroca somos unos “traidores.

Esquerra Republicana optó, con sus dirigentes en la cárcel o en Suiza, por abrir la negociación y la vía del diálogo con el PSOE. Y todo el mundo ha podido comprobar que hasta el Código Penal se ha modificado. Esto es política: negociación y pacto. Guste o no. Pero para Junts y su dirigente de Waterloo lo que consiguió Junqueras fue una traición: indultos a cambio de renunciar a la independencia.

Ahora, el PSOE necesita, sí o sí, los votos de Puigdemont, y Carles Puigdemont ya ha explicado cuáles son las condiciones previas que se tienen que cumplir antes de empezar a negociar la investidura de Pedro Sánchez.

Hasta ahora se había dicho “amnistía y referéndum de autodeterminación”. Ayer, el referéndum se cayó de la lista de las condiciones previas.

Supongamos que Pedro Sánchez acepta las condiciones que le impone Puigdemont: amnistía, respeto a la legitimidad democrática del independentismo, creación de un mecanismo de mediación y verificación y los tratados internacionales que hacen referencia a los derechos humanos y libertades fundamentales como únicos límites. Bien, y la independencia, ¿para cuándo?

Puigdemont ha dicho y repetido un millón de veces que él no está para soluciones personales. Si el referéndum de autodeterminación se cae de la lista de lo imprescindible y necesario como condición previa para negociar la investidura de Pedro Sánchez, ¿de qué estamos hablando?