El patrón se repite cuando se produce un fallecimiento mediático. Primero se homenajea con toda la pompa, después se intenta rebuscar en el escalofrío del melodrama de las herencias. Aunque no haya ni 'melo' ni 'drama'. Da igual, hay que especular: si deja mucho, si deja poco, si cómo repartirán pisos y recuerdos... Lo vemos estos días con María Teresa Campos.

Entonces, quedan patentes enjuiciamientos morales en los que nos hemos quedado enquistados como sociedad. Los pontificadores de la crónica social quedan delatados cuando insisten en vincular el triunfo en vida a dejar a los descendientes grandes cantidades de dinero. Incluso se culpabiliza de manera latente a aquellos que osaron a disfrutar del dinero que ganaron. 

¿No debería ser al revés? Estamos educados para ser productivos, pero no tanto para celebrar aquello que nos hemos ganado con horas y horas de trabajo. Y no sólo es que parezca que no puedas ya gastarte tu dinero al gusto, también está mal visto no dejar la cuenta abultada a los hijos. Como si no hubiera sido suficiente con sacarles adelante.

Tres prejuicios que María Teresa Campos ha desmontado tras fallecer

Parece que hay que reservar un patrimonio lo portentosamente abundante para que lo gocen otros o algo habrás hecho regular. 

Esta premisa cae por su propio peso. Pero desmontarla no vende tanto, pues el cotilleo nacional está acostumbrado a la inercia de comercializar con los prejuicios que bloquean, no tanto a lanzarse a la reflexión útil que inspira. Aunque quizá ya va siendo hora de cambiar el chip. La sociedad demanda más perspectivas constructivas. Toca ya remover los tópicos cizañeros desde los espacios del cuore y poner en valor cuando las personas saben disfrutar con generosidad en vida de los ingresos que generaron. Ya lo decía el economista premio Nobel Franco Modigliani, las herencias son un error de cálculo.

María Jiménez, su última gran interpretación