Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

La España de Segunda

Soria en otoño.
Soria en otoño.
M.T.
Soria en otoño.

Hay una España sin historia, sin presencia, sin poder. Es el hueco que queda entre Madrid, Cataluña, País Vasco/Navarra.

El que tiene poder tiene historia, capacidad de reescribirla, imponerla y anular a los que no tienen voz ni poder. Poder de dar la brasa a los demás. El poder va dando privilegios, cupos, fueros, dinero. El poder ennoblece esas palabras que a fuerza de repetirlas parece que significan algo, pero solo expresan la capacidad de imponerlas.

El nacionalismo es la brasa permanente a los demás.

Las comunidades autónomas que no han podido o no han sabido obtener poder se quedan en Segunda Regional, un limbo en el que se lucha por las migajas y del que no se puede ascender al Olimpo de los principales. Tanto el poder central como el grupo de Primera, cada cual en sus dominios, han clausurado el ascenso.

La pérdida de vigor de los dos partidos de ámbito nacional culmina en una explosión de poder de los separatistas cuyas exigencias para investir a un candidato llevan al límite el sistema.

Esta pérdida de vigor de los partidos a y b puede deberse a que los votantes han dejado de confiar en ellos porque sienten que solo pugnan por el poder, y que han perdido el mínimo de decencia y vocación de servicio que, tal vez ingenuamente, se les presuponía. Pero la ingenuidad y sobre todo dejar respirar al rival son utilidades esenciales para poder funcionar en la práctica.

Ambos partidos se han apoderado del Estado y han inutilizado las instituciones en su beneficio. Siempre con la complicidad entusiasta de los separatistas y de un sistema electoral que les favorece. Si hay un punto débil de la Constitución es ese desequilibrio, pecado original de un proceso casi ejemplar. Los artículos de Elisa de la Nuez ayudan a ver estos fallos de origen y cómo han ido deteriorando el país.

La dependencia de los nacionalismos ha desperdiciado la energía que se requiere para pensar, debatir y gobernar un país. El lucro cesante por esta pérdida de energía es incalculable. Si por un segundo estos dos partidos hubieran pensado en el país, en los cuarenta y ocho millones de ciudadanos, alguna vez habrían hecho algo juntos para remediar o remodelar esta situación en la que la mayoría está siempre entretenida o distraída por el interés particular de unas minorías que juegan con ventaja.

En medio de convulsiones mundiales España no tiene más conflicto que las monsergas nacionalistas

En medio de convulsiones mundiales España no tiene más conflicto que las monsergas nacionalistas. La España de Segunda no tiene ni presencia ni historia ni pedigrí. Ni dinero ni poder. Está a lo que manden y a lo que digan. Sometida y colonizada entre el vecindario y la metrópoli. Ante el disparate de 2017 reaccionó el peor nacionalismo español por lo que la brasa es bifronte y a veces multipolar. Además, el nacionalismo español es por reacción, es un nacionalismo sin ganas. Periférico de sí mismo.

La monserga nacionalista que llevan soportando las comunidades de Segunda desde el minuto inaugural del 78 –monserga retórica y asesinatos– ha destruido ya el futuro puesto que los propios emisores se creen sus proclamas con más intensidad y persistencia que el resto, que solo es eso, resto, comparsas, vacío, espacios intermedios a la deriva.

Además de las provincias de Segunda hay otra gente sometida a la brasa permanente: los propios ciudadanos que viviendo en esas regiones de Primera no son partidarios de la independencia, que a estas alturas es ya una tiranía administrativa y legal. Las ventajas económicas de vivir en las zonas privilegiadas se compensan con la mayor intensidad de la monserga interior a la que, al final, hay que sucumbir y convertirse. Ya que desde fuera, desde el presunto poder central, nadie les ayuda jamás. 

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