Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Las secuelas de la pandemia

Las delegaciones aplauden después de que la Asamblea General de la ONU votase a favor de una resolución que defiende la integridad territorial de Ucrania en el aniversario de la invasión rusa.
Asamblea General de la ONU.
AP / Lapresse
Las delegaciones aplauden después de que la Asamblea General de la ONU votase a favor de una resolución que defiende la integridad territorial de Ucrania en el aniversario de la invasión rusa.

La pandemia que hemos sufrido tres años atrás ha dejado secuelas graves, basta recordar el número millonario de víctimas que se ha cobrado y el desánimo que ha causado. Pero si bien es cierto que nada es más triste que el recuerdo de los muertos que ha dejado detrás, sus secuelas se aprecian en otros muchos ámbitos de la vida como la economía, la política y lo que aún es peor: en la convivencia entre los pueblos y las culturas, en la paz.

La pasada semana comenzó en Nueva York la asamblea anual de la ONU con la guerra ucranio-rusa como fondo. La primera impresión que ha causado la sala de reuniones es que no estaban la mayor parte de los principales líderes, como el chino, el ruso o el indio, cruciales para afrontar el futuro. El secretario general del organismo, António Guterres, recurriendo a una expresión coloquial portuguesa, enfrió los ánimos diciendo que se está cayendo al infierno.

Y la impresión bastante generalizada entre los analistas y previsores del futuro es que el mundo se ha dividido en dos. Los años, nunca bien valorado, que sucedieron al final de la Guerra Fría, han terminado. Los éxitos que se han alcanzado en ese tiempo de paz relativa, pero esperanzadora, han vuelto a un pasado amenazador agravado por la amenaza del cambio climático.

Así de triste: ya no se habla de progreso, de avances en las comunicaciones o del crecimiento de la economía, que algo habían mitigado la pobreza internacional y dinamizado el progreso. Fue poco, desde luego, pero el camino de la concordia parecía que empezaba a abrirse. Continuó habiendo guerras, siempre detestables, aunque menores, y ahora vuelve el riesgo de nuevos estallidos.

Todo es historia, los golpes de Estado olvidados vuelven a ser habituales en África, las desigualdades se acrecientan en lugar de paliarse y la solidaridad cae en el olvido. Basta ver incluso dentro de la UE –el mejor ejemplo del valor de la unidad que sobrevive– donde vemos a países como Polonia, Hungría o la República Checa, que tanto suplicaban por incorporarse, convertidos en miembros que obstaculizan su crecimiento y siembran el desánimo.

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