Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

Nuevo fin del mundo

Palestinos en los restos de una mezquita en Gaza.
Palestinos en los restos de una mezquita en Gaza.
LAPRESSE
Palestinos en los restos de una mezquita en Gaza.

El ataque de Hamás a Israel nos ha hecho cambiar de época. De repente, tras el sábado sangriento del 7 de octubre de 2023, el mundo es otro. Es un ataque a Occidente. Esta semana Europa está en guerra, en dos guerras. La OTAN tiene dos frentes claros y uno en el horizonte: tal como ella misma diagnosticó, China es un peligro en marcha. El vínculo Israel Estados Unidos es determinante. Estados Unidos tiene dos guerras abiertas y una calentando en la banda. El panorama es más preocupante porque Occidente está algo tocado. La principal debilidad es su propia división interna o íntima: cada casa tiene dos bandos irreconciliables.

La invasión de Ucrania ha perdido agenda, es otra guerra enquistada, un frente vital pero secundario. La conexión Rusia-Irán se reforzará con otros aliados (declarados, disimulados, ocultos) y simpatizantes. La nueva guerra en Oriente Medio es un frente más de la línea de sutura que lleva a Ucrania. Estados Unidos ya ha enviado barcos a la zona. Todos los contendientes tienen misiles de sobra y las fábricas de ambos bandos están a tope. El petróleo sube y las bolsas bajan un poco pero aguantan a la espera de ver si el conflicto se duerme o se extiende.

La inteligencia de Occidente, o estaba despistada o estaba en el ajo: no se sabe qué es peor. Tardaremos en saberlo y entonces será una anécdota. En un sábado todo se reconfigura y se altera. Nada de lo que regía el viernes 6 de octubre se mantiene, excepto la incertidumbre, que en parte ha bajado: el índice de incertidumbre se ha librado de una incógnita: ahora ya sabemos que Oriente Medio ha estallado y que el eje Irán-Rusia está en acción.

Es un ataque frontal a Occidente, que en los últimos años había abandonado el escenario y está enfrascado en una guerra con Rusia

El ciclo desde el 11-S hasta la retirada de Afganistán cambia con el nuevo frente. Estados Unidos está más dividido que nunca: con el Congreso inmovilizado y descabezado, la deuda a 33.000 billones y el cierre contable en el aire y con elecciones el año que viene. Un presidente de 80 años con un flanco débil por las fechorías de su hijo y un posible candidato de 77 años, con juicios pendientes y muy peligroso.

Lo bueno es que al atacar han desvelado sus planes. Estos meses había una calma tensa, algo runruneaba en el aire (a mí me chillaban los oídos más que nunca): ahora se ha revelado la larga conjura, al menos en una parte: es un ataque frontal y sin cuartel a Occidente, que en los últimos años había abandonado el escenario y está enfrascado en una guerra con Rusia.

Esta revelación puede ser la punta del iceberg, sería extraño perpetrar semejante acometida y no tener prevista la siguiente fase de la campaña (aunque Rusia lo hizo en 2008 y 2014 y no tuvo respuesta). La pereza y la comodidad ya no son posibles. Ya no lo eran tras el ataque a Ucrania: ahora serían suicidas. El problema es al cubo: se abren tres frentes porque China está sobre Taiwán y en todas partes y la guerra de los microchips se recrudece por minutos.

El problema es al cubo: se abren tres frentes porque China está sobre Taiwán y en todas partes

Este lunes los fondos de inversión que mueven el mundo se habrán reunido con sus analistas. Quizá los gestores de esos emporios –que también manejan y hacen rentables los ahorros de los sátrapas totalitarios–, ya intuyeran algo. Si no es para obtener y producir información, para qué serviría el exceso del dinero. El mundo financiero es mucho mayor que la economía productiva, mucho más difícil de ver y ya imposible de regular. Quizá podemos pensar que es una variable que no influye en estas campañas, pero las guerras, aparte de matar gente y destruir países, son caras, acaso lo más caro que hay.

Este nuevo postmundo en guerra podría matizar o eliminar procesos locales que, en un contexto de emergencia máxima, absorben energía que ahora se necesita para sobrevivir. Igual que la respuesta al 11-S hizo inviables por elevación los pequeños terrorismos locales, la ley marcial universal que se va a imponer tras el 7-O puede erradicar las pretensiones de privilegios que quizá han sido posibles en tiempos de paz y confort.

De momento sube la gasolina y todo sube un poco más. Que se quede en eso, siendo malo, sería estupendo. 

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