Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Política sin educación

Mónica García y Pere Aragonés.
Mónica García y Pere Aragonés.
20Minutos
Mónica García y Pere Aragonés.

Los políticos, que se mueven por la vida intentando conseguir votos, parece que deberían extremar la buena educación que tanto ayuda a triunfar. Pero en España, como estamos predestinados a convivir divididos, la realidad es lo contrario: los candidatos a gobernarnos, lejos de fomentar nuestro entendimiento en la diversidad de ideas y principios, estimulan la división y el enfrentamiento.

Lejos de dar ejemplo, lo que hacen muchos de nuestros políticos es confundir el debate con respeto al derecho a opinar del adversario con el combate de boxeo que intenta tumbarlo boca abajo y si sangra por los oídos, mejor. El problema es que confunden el respeto con la agresión y el adversario es un vulgar enemigo al que se le disputa el derecho a razonar a tortazo limpio. Insultar sin razones personales es un recurso que denigra a quien lo practica y escandaliza a la gente que no comparte esas formas.

El jueves pasado fue un día climatológicamente muy duro en Madrid, pero quizás porque la lluvia y el viento estimularon el mal humor político crónico y, lo que es peor, la mala educación, hemos escuchado en la Asamblea de Madrid a la exaltada doctora Mónica García –no les arriendo la paz hospitalaria a sus pacientes– insultando a la presidenta de la Comunidad de Madrid con palabras que seguramente no controla. ¡Qué formas, tú!, Mientras tanto en el Senado…

En el Senado, que es una cámara parlamentaria seria y respetable, el presidente de la Generalitat catalana, Pere Aragonès, acudió a una convocatoria oficial alardeando de prepotencia y superioridad, poco menos en actitud de discriminación racial y de desprecio a los demás que, esos sí, le escucharon con corrección. Aragonès, que se reveló como un político más entre tantos como suelen abandonar la compostura, habló diez minutos para ratificar que quiere independizar a su Comunidad del resto de los "indeseables" españoles y, tras concluir su sermón, se fuese sin escuchar a los demás presidentes autonómicos estoicamente y sin siquiera despedirse. ¡Qué formas, tío!

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