Javier Yanes Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular
OPINIÓN

Las plantas, esas grandes incomprendidas de capacidades asombrosas

  • Las investigaciones han revelado que los vegetales tienen una percepción sofisticada y capacidades asombrosas.
  • Los científicos aún discuten si llamar a esto cognición, neurobiología vegetal o incluso inteligencia vegetal.
Plantas abandonadas y muertas.
Plantas abandonadas y muertas.
vetcw3 / Wikipedia
Plantas abandonadas y muertas.

En un telediario, uno de esos sets de realidad aumentada que tanto han proliferado ahora en los informativos de televisión. Que es opinable si realmente añaden algo de valor a la información, y es lícito preguntarse si tendrán algún impacto en las cifras de audiencia, del estilo: “Yo veo los informativos de tal cadena porque es donde hacen los mejores sets virtuales”. Pero en fin, no se trata de negar el trabajo a las personas que hacen estas cosas. El problema surge cuando uno de esos sets virtuales puede provocar un atragantamiento a algún pobre científico que está comiendo mientras ve el telediario.

Por ejemplo, cuando a propósito de una noticia sobre dinosaurios del Jurásico enseñan una animación con unos cuantos de ellos, fielmente representados, caminando por un plató transformado en un paisaje… que es de todo menos Jurásico. Es evidente que solo unos cuantos frikis respingamos ante tales detalles. Pero hoy en día a los animadores nunca se les ocurriría plantar ahí también a unos cuantos humanos en taparrabos arrojando lanzas a los dinosaurios. Y sin embargo, esto no se diferencia de poner un paisaje actual, con árboles que no existían en el Jurásico y praderas de hierba que tampoco. Entonces había pinos, pero no otros árboles comunes hoy, sino cosas parecidas a palmeras, cícadas y ginkgos. No había hierba, sino helechos, plantas rastreras y equisetos. Pero total, son plantas. ¿Qué importa?

Consideramos a las plantas más como muebles u objetos que como seres vivos

Las plantas suele ser grandes olvidadas. Sí, es cierto que no faltan en cualquier hogar, pero con una consideración similar al sofá o las cortinas, como “tiestos” o “macetas”; el recipiente, no el ser vivo que lo ocupa. También es cierto que nos rebelamos contra la tala de árboles, pero más bien por la molestia que nos causa a nosotros, y quienes los talan pretender contentar a quienes protestan asegurando que se plantarán otros. Al fin y al cabo, son pura decoración. Y tampoco se trata de elevar a un árbol al nivel de consideración de un perro (o sí, no lo sé). Pero sí al menos de distinguirlo claramente del nivel de consideración de una marquesina o de un banco de la calle. No son muebles ni objetos.

Hace unas semanas algunos medios entrevistaban a Paco Calvo, con motivo de la edición en español de su libro Planta sapiens. Calvo es filósofo de la Universidad de Murcia, lo cual quizá a muchos no les sugiera que estamos ante uno de los referentes mundiales en algo que controvertidamente viene llamándose cognición vegetal, neurobiología vegetal o incluso inteligencia vegetal.

Extraña forma de vida

Las plantas no tienen neuronas, y no piensan como nosotros, o ni siquiera como otros animales. Descendemos de un antepasado común, pero separamos nuestros caminos evolutivos. Nosotros tenemos movilidad, simetría, una estructura centralizada, órganos vitales. Los vegetales encontraron opciones opuestas a las nuestras: la seguridad de una ubicación permanente, pero con un crecimiento que no está limitado por una estricta simetría, y una estructura descentralizada que prescinde de órganos vitales vulnerables. En el clásico de ciencia ficción de Christian Nyby El enigma de otro mundo (1951), el alienígena invasor era una planta, casi invencible para los humanos; una idea interesante que John Carpenter ignoró en su remake de 1982 La cosa.

Desde hace ya años sabemos que las plantas, sin neuronas, utilizan neurotransmisores y potenciales eléctricos, los mismos mecanismos que nuestras células nerviosas, y tienen los equivalentes a nuestros sentidos corporales (además de otros adicionales): perciben la luz y el sonido, responden al tacto y detectan señales químicas que nosotros asociamos al olfato y el gusto. O sea, tienen una percepción sofisticada de su entorno, a la cual no solo reaccionan de forma inmediata, sino que también guardan memoria para responder en el futuro tomando decisiones; es decir, aprenden de la experiencia, asociando estímulos. Se defienden del ataque de sus depredadores, los herbívoros, y se avisan entre sí de las amenazas. Reconocen a su propia especie y a otras, se comunican y cooperan. Y sienten el daño.

Hoy la discusión no está en si las plantas tienen capacidades sofisticadas, sino en cómo llamar a todo esto

Todo esto son datos nacidos de las investigaciones, que al principio provocaron el lógico y obligado escepticismo de otros científicos —y ciertos experimentos fueron cuestionados—, pero que han terminado convenciendo por la acumulación de pruebas. Hoy la discusión no está en si todo esto existe o no en las plantas, sino en cómo llamarlo. Se habla de cognición vegetal, de neurobiología vegetal y de inteligencia vegetal. Y es aquí donde surgen las discusiones, y no tanto porque estos términos se consideren exagerados, ya que biológicamente puede establecerse una gradación continua entre las capacidades de ciertos animales y las de las plantas; hoy ningún científico niega que los animales tengan cognición e inteligencia.

Más bien la discusión se centra en utilizar “neurobiología” para seres vivos sin neuronas. Aunque, siendo estrictos, quienes objetan esto olvidan que el término “neurona” surgió de la neurología —que se llamó así al menos desde el siglo XVII—, y no al revés. Dado que esta ciencia se acuñó en torno al estudio de los nervios y sus funciones, no debería resultar tan problemático aplicarlo también a las funciones similares en las plantas. Pero hay quienes opinan que estos términos son demasiado “zoocéntricos”, y que deberían evitarse en el mundo vegetal. A lo que otros replican que tratar de eludirlos es, como me decía Paco Calvo hace unos años en una entrevista, “barrer debajo de la alfombra lo que nos incomoda”.

Dolor, a su manera

Porque, ciertamente, puede incomodar, si aceptamos que las plantas tienen su forma de sentir dolor. También “dolor” es un término zoocéntrico. Pero aunque nadie duda de que una vaca o un mono sienten dolor como nosotros, en cambio ha costado más hacer entender que una langosta siente dolor cuando se la sumerge viva en agua hirviendo. Hoy la capacidad de las especies de sentir dolor se tiene en cuenta a la hora de legislar sobre bienestar animal. Pero las cosas se complican cuando descubrimos que no solo los nociceptores —los receptores que transmiten la sensación de dolor— están presentes también en animales como los insectos, sino que incluso algo tan básico como el Caenorhabditis elegans, un gusanito nematodo de un milímetro muy utilizado en estudios de laboratorio y que también tiene nociceptores, huye ante un estímulo doloroso. Es decir, experimenta una forma básica de miedo al dolor.

Pero ocurre que, cuando a una planta se le provoca una lesión, dispara una respuesta iniciada por el neurotransmisor glutamato que propaga una señal eléctrica mediada por calcio a lo largo de sus nervios. O sea, algo muy parecido al proceso por el cual nosotros sentimos dolor. ¿Cómo aceptar que también las plantas sienten el daño?

Las plantas emiten ultrasonidos cuando se cortan sus tallos o se someten a estrés

Un estudio de este año, dirigido por la Universidad de Tel Aviv, nos ha descubierto algo más: cuando a las plantas se les cortan tallos, o cuando se las somete a condiciones de estrés como deshidratación, emiten sonidos, o más bien ultrasonidos; clics inaudibles para nosotros, pero al volumen de una conversación humana normal. Los investigadores aún no saben cómo producen estos sonidos, pero sospechan de burbujas que se expanden y estallan en su sistema vascular. Tampoco pueden asegurar que tengan un propósito biológico concreto, pero un sistema de Inteligencia Artificial es capaz de interpretarlos para deducir de ellos cuál es el estado concreto de la planta que los ha producido; es decir, que los sonidos, dicen los investigadores, son “informativos”.

En resumen, la sorpresa que las entrevistas a Paco Calvo han causado en los medios revela que el conocimiento sobre todo esto entre el público en general aún es muy escaso o nulo. Pero es un primer paso hacia el reconocimiento de una realidad que, como mínimo, debería servirnos para aumentar nuestra consideración hacia las plantas como algo más que tiestos.   

Javier Yanes
Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular

Soy periodista, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular. Antes de dedicarme al periodismo, en los años 90 trabajé en investigación en el Centro Nacional de Biotecnología y publiqué 19 estudios científicos y revisiones. Como periodista de ciencia, fui jefe de sección de Ciencias del diario Público, y entre mis colaboraciones figuran medios como El País/Materia, El Huffington Post, ABC, Efe o BBVA OpenMind, entre otros. En mis ratos libres también intento viajar y escribir sobre viajes. He publicado tres novelas: 'El señor de las llanuras' (Plaza & Janés, 2009), 'Si nunca llego a despertar' (Plaza & Janés, 2011) y 'Tulipanes de Marte' (Plaza & Janés, 2014).

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