"¿Qué le preocupa en estos días, en los que la actualidad no está muy allá?", pregunta Carles Mesa a Antonio López. El pintor, responde. Pero no se lanza a la pataleta hueca del 'qué mal está todo' y verbaliza realmente lo que preocupa en su cabeza: "Me preocupa mi espalda. Me preocupa que, a veces, no pueda hacer caca bien. Yo tengo 87 años y estoy muy bien, trabajo, y me muevo con mucha libertad, voy y vengo, pero las tripas tienen esos años, el hígado tiene esos años, el estómago, las venas, los ojos... Entonces, te das cuenta de la cantidad de cosas que estamos formados. Porque empiezan a haber pequeñas grietas". 

"¿Y las grietas, le dan miedo?", repregunta Mesa. "No, no me dan miedo. Es una pesadez". Suenan risas empáticas. De ambos. Antonio López está trazando la nitidez de la vida a través de la radio. Sólo bastan sus palabras y la imaginación del oyente. Palabras llanas, concretas, cotidianas. Suenan más a persona que a artista, aunque contienen esa matizada reflexión que sólo alcanzan aquellos con una capacidad especial de inmortalizar la realidad con una mirada perspicaz. Ojos que ven, escuchan, piensan y sonríen comprender que todo lo importante empieza en lo próximo y abarcable.

"El ojo va envejeciendo y el color de las cosas se va haciendo más amarillento", reflexiona a López del paso de los años, días, minutos. Porque todo cambia. Incluso las calóricas baldosas de piedra del kilómetro cero. "La luz de la Puerta del Sol te va diciendo la hora, vas sintiendo constantemente cómo el tiempo pasa".  La conversación en el programa Gente Despierta de RNE es un documento sonoro, pues López abraza un emocionante costumbrismo poético que da experiencias que lo mismo sirven para completar un lienzo o para el día a día de cualquier oyente. Su habilidad es que relativiza las expectativas de la existencia y las vanidades del arte. También cuando es preguntado por cuadros sin acabar. Tiene más de 100... "No pasa nada por dejarlo. A lo mejor está muy bien a medias. No suena un pitido cuando una obra se termina". Y ya está. No pasa nada.

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"Hay pequeños descansos bonitos. Pero pintar nunca se te va de la mente". Se lo cuenta a Carles Mesa mientras acude a Barcelona para celebrar su propia retrospectiva en Casa Milá, La Pedrera de Gaudí. Allí se va a reencontrar con obras suyas. Hace tiempo que escaparon de sus brazos y, ahora, tiene miedo: "Temor de que decepcione. Porque puede pasar. Porque igual la luz no es la apropiada, porque igual la colocación no funciona. Y, de repente, se te viene todo abajo. Y eso me da pánico". En la precisión del genio sale a flote la vulnerabilidad compartida con la audiencia. "Tener la obra en el intestino de Gaudí, no sabes si se va a combinar bien", añade. No está con el pincel en mano, pero su expresividad verbal logra perfectas imágenes en nuestra retina. Con intestinos gaudianos inclusive.

Qué complejo es el arte... "No es el arte, es la vida. La vida es muy compleja". De nuevo, Antonio López es práctico, didáctico, humilde, pero seguro de sí mismo, huye de la intensidad que tanto abunda y que se suele subir a las cabezas. Él es un buen conversador porque es generoso compartiendo vivencias desde la curiosidad que no va de nada, que no sienta cátedra y hasta reivindica que el arte no se puede cuadricular. Porque para Antonio López, ya sea un hospital o un cuadro, "la cultura es todo lo bien hecho".

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