Las imágenes del comité federal del Partido Socialista del pasado sábado son elocuentes. El momento en el que el presidente Sánchez enseña las cartas y dice aquello de “en el nombre de España, en el interés de España, en defensa de la convivencia entre españoles, defiendo hoy la amnistía en Cataluña por los hechos acaecidos en la década pasada” es una fotografía precisa de cómo funciona el poder en nuestra sociedad. Las cámaras nos muestran al público conformado por dirigentes y militantes socialistas de alta alcurnia con su cordón rojo de acreditación que es ya toda una metáfora del collar servil que lleva quien se sabe bajo el dominio de un amo.
Como animadores contratados para una fiesta, como las plañideras que cobraban por llorar en los entierros, los selectos miembros del grupo se miran entre ellos y, con muestras evidentes de gregarismo superviviente, deciden que es el momento de aplaudir y hasta de ponerse en pie. Han estado semanas esperando para saber lo que tenían que decir y ya tienen argumento. No tienen pensamiento, no tienen iniciativa, no tienen criterio, no tienen dignidad. Viven de llevar ese collar rojo y aplauden y se ponen de pie porque toca. Son políticos y el político, en España, está por encima del ciudadano.
Entre todos esos rostros de comparsa cateta, destaca el de Salvador Illa, pelele oficial y hombre de partido. Sánchez habla de la “década pasada” como si lo que pasó en 2017 fuera algo mucho más lejano. Sánchez dice también que el camino de la amnistía es el único modo de que haya gobierno en España. Miente, una vez más. Todos sabemos que hay otras formas mucho más dignas y democráticas. La hemeroteca echa humo. Hay vídeos de Sánchez de hace noventa días que demuestran por enésima vez que nos gobierna una veleta trucada.
Sánchez dice también que el camino de la amnistía es el único modo de que haya gobierno en España. Miente, una vez más.
Las imágenes muestran una realidad: un país entero dominado por la maquinaria sectaria y cerrada de un partido político que debería ser un instrumento al servicio de la sociedad y termina convertido en una organización jerárquica y rígida centrada en la conservación del poder a cualquier precio. Nuestro sistema democrático está sufriendo. Deberíamos pensarlo y hacer un ejercicio de honestidad más allá de las ideologías o lo pagaremos caro.
Sánchez dice que habla en nombre de España, pero los números no salen. Los porcentajes de voto de los partidos que lo apoyan son exiguos. No habla en nombre de España. Habla en nombre del PSOE. Se habla en nombre de España desde el parlamento, no desde un comité federal que parece el cumpleaños de un torero, un futbolista o un actor al que todos los invitados van a hacerle la pelota.
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