Carmelo Encinas Columnista de '20minutos'
OPINIÓN

Solo le pido a Dios

Edificios destruidos por los bombardeos de Israel contra Ciudad de Gaza, en la Franja de Gaza.
Edificios destruidos por los bombardeos de Israel contra Ciudad de Gaza, en la Franja de Gaza.
Europa Press
Edificios destruidos por los bombardeos de Israel contra Ciudad de Gaza, en la Franja de Gaza.

Solo hay tres convicciones reconocibles en lo relativo a la existencia de Dios. Están los creyentes, asistidos por la fe en las distintas religiones que así lo aseveran, los ateos que la niegan taxativamente y, por último, los agnósticos que no niegan su existencia ni la afirman, pero consideran imposible para el entendimiento humano la noción de Dios.

En este terreno tan intangible de la teología hay, sin embargo, un cuarto grupo de pensamiento que carece de apelativo concreto a pesar de contar con una numerosa parroquia, me refiero a quienes militan en la duda, grupo en el que me encuentro. Los dubitativos puede que seamos los más intensos teológicamente hablando porque no hay nada que obligue tanto a elucubrar como ese gran dilema existencial. A pesar de la duda, a quienes nos enseñaron a orar rezamos cuando el cuerpo o las circunstancias nos lo piden, aunque dándole mil vueltas a esto de Dios al carecer de la convicción absoluta de que nuestras plegarias sean escuchadas. Aun instalados en esa incertidumbre, la oración no es un ejercicio baldío, porque siempre rezas por algo o por alguien obligándote de alguna manera a rendir cuentas sobre tu propio proceder, lo que necesariamente nos conmina a ser mejores de lo que somos y nunca permanecer al margen del padecer ajeno.

Hay una canción preciosa del autor argentino León Gieco cuya letra refiere y proclama esa necesidad, su título: Solo le pido a Dios. El poema que la compone ruega en forma de plegaria que nunca la apatía se apodere de nosotros y nos haga insensibles al sufrimiento humano.

La canción de Gieco y la reflexión sobre la existencia de Dios me han venido a la cabeza ante los horrores a los que asistimos como espectadores en Oriente Próximo. Dice la tonada en su primera estrofa: "Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, y que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente".

Puede que la inmensa mayoría de nosotros bien poco pueda hacer por aliviar tanto sufrimiento como el que allí están padeciendo tantos seres humanos, pero hemos de esforzarnos, al menos, en no aceptarlo como algo habitual e inevitable. En el lado israelí hay personas a cuyos familiares mataron cuando asistían a un festival de música y otras a cuyos seres queridos secuestraron y permanecen en paradero desconocido con sus vidas dependiendo de la voluntad de sus infames captores. Al otro lado del muro, en Gaza, hay dos millones y medio de personas inmersas en un infierno de fuego y muerte, sin electricidad, sin agua potable ni alimentos y una carencia casi total de medicamentos que alivien siquiera el dolor de los enfermos y heridos. Un tormento brutal del que no tienen posibilidad alguna de escapar y para el que no cabe justificación alguna. Más de la mitad de los habitantes atrapados en Gaza son niños y adolescentes a quienes no se les puede culpar de nada a no ser que les consideremos responsables de haber nacido en el lugar equivocado.

Todo el palabrerío de los dirigentes del mundo sobre lo que allí acontece resulta banal y hasta indecente si no enfatizan en la necesidad de poner fin a la que, sin duda, es la mayor crisis humanitaria de las últimas décadas. Da igual el perfil ideológico que tengamos y lo que pensemos sobre quién tiene más o menos razón en ese conflicto estúpido, suponiendo que alguien razone allí, lo que no podemos es habituarnos impasibles a tanto horror.

En las siguientes estrofas la canción de Gieco le pide también a Dios que "lo injusto", que "la guerra" o "el engaño" no nos sean nunca indiferentes. Ante semejante espanto, creamos o no en Dios, hagamos esa plegaria.

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