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Y Sánchez culminó la 'machada'

Pedro Sánchez, tras su reelección como presidente del Gobierno
Carlos Gámez

"Como dijo el genial Antonio Machado: 'Hoy es siempre todavía'". Fue una de las frases que lanzó Pedro Sánchez en la sesión de investidura que protagonizó este miércoles y jueves y en la que quedó confirmado que hoy -y todavía- seguirá siendo presidente del Gobierno. Lo respaldó una mayoría absoluta de 179 diputados pertenecientes a ocho formaciones políticas a las que votaron 12,6 millones de ciudadanos en las pasadas elecciones del 23 de julio. A todas luces, una nueva machada de Sánchez que agranda la lista de imposibles que ha terminado logrando. Incluso que le invista Carles Puigdemont, el expresident de Cataluña de la declaración unilateral de independencia (DUI) y que sigue fugado en Bélgica a la espera de cobrar el precio que le puso a Sánchez: una amnistía.

Porque la historia política del jefe del Ejecutivo está repleta de cosas que él dijo que no haría, como la medida de gracia o los pactos con independentistas, o que el resto dijo que no haría, como resistir a pesar de todo. Porque Sánchez no siempre fue el Sánchez que conocemos ahora. O, al menos, no un Sánchez con su mejor baza: su relato. 

Sí ha tenido, no obstante, diferentes golpes de suerte. En los 2000 fue delegado en el congreso del PSOE que eligió a José Luis Rodríguez Zapatero, hoy su aliado más fiel, como secretario general del PSOE, aunque no fue hasta 2004 cuando tuvo su primer cargo público. En las elecciones municipales de un año antes, Sánchez no había conseguido ser concejal. Fue la renuncia de Elena Arnedo la que le aupó a Cibeles. Anteriormente, había vivido en Estados Unidos y en Bruselas, donde mejoró un inglés que en Moncloa le ha valido para diferenciarse de sus antecesores y labrarse un perfil internacional que a día de hoy es otra de sus fortalezas. Sin ir más lejos, también es el secretario general de la Internacional Socialista.

De igual manera ocurrió en 2009 y 2011: el actual presidente no logró escaño en el Congreso de los Diputados, pero lo consiguió por las renuncias de Pedro Solbes, primero, y Cristina Narbona, después. A esta última la hizo tiempo después presidenta del partido, en un gesto que también define su forma de hacer política: rodeado de los que conoció anteriormente y rehabilitando a los que alguna vez le fallaron.

En la Cámara Baja se le conocía por su actividad legislativa, pero para Sánchez la oportunidad llegó a comienzos de 2014. Alfredo Pérez Rubalcaba, sucesor de Zapatero, ya sufrió un duro varapalo en las generales -por poner en contexto, el PSOE sacó 110 escaños en la época del bipartidismo- que se habían celebrado antes, en las que Mariano Rajoy logró la mayoría absoluta. No fue hasta la derrota en las europeas cuando el otrora ministro del Interior oficializó su decisión de dar un paso al lado. Y Sánchez, de darlo al frente.

Seis meses después, era secretario general de los socialistas, aupado entonces por una Susana Díaz que posteriormente se convertiría en su némesis política. También en quien le hizo ser quien es hoy. No fue una primera etapa fácil para él al frente del partido. Los que le auparon le pidieron obedecer. No acató. Desde el primer momento marcó autonomía y perfil propio participando en programas como 'Sálvame', 'El Hormiguero', 'Viajando con Chester' o 'Planeta Calleja'. No le valieron para ganar popularidad y cosechó unos resultados electorales aún peores que los de su antecesor, toda vez que a su izquierda ya competía un Podemos fuerte con un Pablo Iglesias que acababa de irrumpir en el panorama mediático. Hoy, sin embargo, Iglesias está fuera de la política institucional y Sánchez todavía sigue ahí.

Eso sí, esos 90 escaños no frenaron sus intenciones. Trató de ser presidente del Gobierno cuando Rajoy declinó el encargo del rey Felipe VI. Llegó entonces el 'pacto del abrazo' que firmó con Albert Rivera (Ciudadanos), pero terminó convirtiéndose en el primer diputado que fracasaba en una investidura. Llegó la repetición electoral. En 2016, los españoles volvieron a las urnas y le castigaron aún más. Si Rajoy pasó de 123 a 137 escaños, él lo hizo de 90 a 85.

Rivera entonces viró y pactó con el expresidente popular, pero seguía siendo insuficiente. Los focos se giraron a Sánchez, que hizo suyo el "no es no". Un no que se volvió en su contra y que terminó siendo lo que le dijo a él la mitad de su Ejecutiva Federal. Esa negativa se tornó en un Comité Federal fatídico, que finalizó con el secretario general dimitiendo y el PSOE absteniéndose para dejar gobernar a Rajoy.

El presidente, entonces ya sin escaño, decidió recorrer España con su Peugeot 507 para disputarle las primarias, esta vez sí, a Susana Díaz. Patxi López, hoy su portavoz parlamentario, era el tercero en discordia. Así es como se gestó el último Sánchez: el de la militancia, el que iba contra el aparato de su partido. Aquella batalla interna se saldó con una victoria del jefe del Ejecutivo del 50% de los votos. Una vez reconquistado el liderazgo del PSOE, le costó poco tiempo llegar a la Moncloa. Lo hizo, además, de forma inédita. Con la audacia o la inconsciencia -otra vez, según a quién se pregunte- que le caracteriza.

Nada más conocerse la sentencia del caso Gürtel, Sánchez presentó una moción de censura, un instrumento constitucional que no había triunfado nunca antes. Esto tampoco frenó al presidente, que logró la mayoría absoluta necesaria, dejando a Unidas Podemos fuera del Gobierno. Su primer Ejecutivo duró poco. Nada más tumbarle los Presupuestos el Congreso, convocó elecciones. Ganó, pero no pudo formar gobierno. Se repitieron las elecciones. Y, entonces sí, selló el otro pacto del abrazo. Esta vez, con Pablo Iglesias, al que puso de vicepresidente segundo.

Nada más conformarse el Gobierno de coalición, el primero de la reciente etapa democrática, llegó la pandemia. Y después el volcán. Y la guerra de Ucrania, como recuerda Sánchez en cada intervención que puede. Sin embargo, el Gobierno logró sacar adelante más de 200 leyes o decretos-ley con votos de formaciones que hasta hace años eran impensables -incluso para el propio Sánchez-, como ERC -partido del que eran miembros algunos de los líderes del procés que Sánchez indultó- o EH Bildu. Esta vez, Sánchez ha aumentado la nómina de nuevos socios con el Junts de Puigdemont. Se le antoja una legislatura más complicada aún, pero ha convertido 'el más difícil todavía' en su seña de identidad.

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