Dicen que no descubres a tu pareja hasta que no te separas de ella, lo cual es lo mismo que defender que a un ser solo se le conoce cuando te apartas de él. Esta máxima fue lo primero que me saltó a la mente cuando presencié el traspaso de cartera de ministra de Irene Montero a Ana Redondo en un acto en el que demostró su talla personal. La ya ex ha desaprovechado la oportunidad de despedirse de una forma noble y ha optado por cesar en sus funciones de la peor de las formas, dando un portazo: «Sánchez nos echa de este Gobierno por hacer lo que dijimos que haríamos», defendió.
Ahí estamos. Pese a sus dardos al presidente del Gobierno, estoy convencida de que la responsable de su marcha ha sido su propia compañera (o ex) Yolanda Díaz, que de haberla propuesto para el cargo sin duda hubiera repetido como ministra. Si no, no hay más que ver la ristra de concesiones a todas las formaciones para la investidura.
La gestión de Montero ha trascendido, principalmente, por su cerrazón con la ley del solo sí es sí. Una puede equivocarse en una iniciativa, ¡faltaría más!, pero defenderla hasta el final, pese a los centenares de violadores y agresores que se han beneficiado de la misma, es inaudito. Debería haber tomado como ejemplo a su compañera de gobierno Pilar LLop, quien al ceder su cartera arengó que en los «sitios hay que saber estar, pero sobre todo hay que saber irse». Así es.
A Llop le vino impuesta –de los tiempos de Campo– una ley, la del solo sí es sí, con la que tuvo que lidiar durante todo su mandato como pudo, con sus aciertos y errores. ¡Qué diferencia! «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?», San Mateo dixit. Pues eso.
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