Libros

Entrevista

Elisa Victoria: "La escritura es una experiencia un poco esotérica para mí, me hace pensar que merece la pena estar viva"

La escritora Elisa Victoria.
BLACKIE BOOKS

La incapacidad de Renata de volver al pasado estructura su presente y su futuro. Ahora que ya no es una niña, recuerda aquella experiencia dolorosísima con la vista nublada por la ansiedad y el remordimiento. Ahora que ya no es una adolescente, piensa en todas aquellas decisiones que un día pudieron ser otras y que ya nunca serán reparadas. Ahora que es una mujer, se aferra a su infierno particular para sobrevivir: la necesidad de control. A su alrededor, otros personajes lidian a su manera con el paso del tiempo.

Otaberra (Blackie Books) es la última novela de Elisa Victoria. Transcurre en 1989, en un pueblo cualquiera. Un pueblo que, de hecho, podría ser el tuyo. Un pueblo que es como esta historia: oscuro por lo feo de la costumbre y la injusticia, aunque también luminoso por toda la empatía, ternura, humanidad y diversión que atrapa dentro.

¿Por qué Otaberra?Al principio quería que fuera un barrio, pero luego pensé que un pueblo era más apropiado para el ambiente que yo quería crear. La construcción de Otaberra me servía para estudiar los comportamientos sociales que quería plasmar en los vecinos. Me influyó de una manera muy fértil una referencia importante: la película Arrebato, de Iván Zulueta. Además, me costó poner nombre al pueblo, y Joaquín León y yo nos dimos cuenta de que 'arrebato' al revés tenía una construcción fonética que funcionaba. Era un guiño bonito. 'Otaberra' es una palabra inventada, pero de algún modo a la gente le resulta verosímil.

¿Y por qué 1989?Quería que el personaje principal, Renata, fuera ya adulto en el siglo XXI y adolescente a finales de los 80. Me encajaban las fechas. Además, 1989 es el año en el que salió el disco Disintegration, de The Cure, que culminaba en España todo lo que era la onda siniestra.

El pasado está continuamente en el presente de Renata, igual que el futuro en el de Aurora. Es clave en la novela la extrañeza que nos genera el paso del tiempo…Es muy difícil asimilar ciertos momentos, y el hecho de que se acumulen hace que hayan pasado hace un montón de años. El punto de partida de todo el libro es esto que dices, la extrañeza que genera el paso del tiempo en diferentes vertientes. Hay una parte más conceptual que tiene que ver con las leyes de la física. El tiempo es irreversible, y el impacto que causa eso, con la imposibilidad de volver, me interesaba para Renata.

Y los efectos del paso del tiempo también se aprecian en el cuerpo. En Aurora se percibe esa presión por cumplir con la normatividad por encima de cualquier cosa.Sí, porque también hay otras capas físicas que tienen que ver con el remordimiento o con las normas sociales sobre cómo se trabaja el efecto del tiempo en nuestro físico. En este caso, Aurora representa esa idea. Ella es una persona que aparece en diferentes edades. Tiene unos cánones estéticos que Otaberra, y el mundo entero en general, te inyectan muy fuerte. Le horroriza que alguien de su familia no siga estas pautas. Se preocupa de cuestiones más populares, como el envejecimiento, los famosos de la tele, cómo estos van cambiando… Aurora representa una percepción más aterrizada.

A Renata le golpea en varios momentos la culpa. ¿Pesa más en ellas que en ellos?La verdad es que yo no había pensado en trabajar la culpa. Por lo menos el concepto clásico judeocristiano que representa. Más bien quería tratar el remordimiento, que es diferente. A la protagonista le atormenta la posibilidad de volver atrás ahora que su perspectiva ha cambiado. Porque como es imposible físicamente, eso la lleva a un bucle. Luego me he dado cuenta de que la gente, quizá por el imaginario tan grande que tenemos de estos conceptos religiosos, ha pensado en la culpa. Y yo misma me he dado cuenta, releyendo el libro, de que aparece la palabra culpa, con lo cual supongo que también estoy envenenada con este diccionario desde pequeña. Mi personaje puede tener algo de mártir en diferentes sentidos. Creo que todos estos conceptos morales siempre pesan más sobre las mujeres, que son las guardias de la moral. Siempre su conducta está más reglada.

¿Buscaba transmitir esto a la hora de tratar la primera menstruación? A Renata le causa terror.Sí que he querido llegar al límite y que roce lo terrorífico. Me parecía divertido. Es verdad que en esos momentos de la pubertad y la adolescencia se reciben mensajes de miedo a las consecuencias, de tener la sensación de que te has transformado en algo diferente, y hay leyendas que se te transmiten en torno a lo que puedes hacer y a lo que no que te llenan de un misterio y una negatividad sobre algo que no está resuelto.

En el libro plasma, también, esa creencia social de que con la primera regla se pasa de ser niña a mujer, lo que puede resultar muy imponente en la preadolescencia. De una manera brusca, pero también algo sutil, se arrebata la inocencia a las niñas. Nuevas responsabilidades se abren a su paso, y también violencias. Mirándolo por ese lado, el miedo también está justificado, ¿no cree?Este es un tema muy complicado que está lleno de incomprensión. Las mujeres se adaptan rápidamente y aceptan todos esos mensajes por encajar cuanto antes, pero también es bastante raro. Se sufre mucho. La parte del secretismo es horrible. Tienes que esconder ciertas cosas por si se ríen de ti. También recibes esos mensajes, como dices, de 'ahora eres otra cosa', pero en realidad tú sientes que sigues siendo exactamente igual. Tú quieres seguir evolucionando con tu vida al ritmo que a ti te apetezca, crecer de forma natural… Ahora hemos mejorado, pero en el 89 era algo muy oscuro. Ahí había más misterio y leyenda todavía.

No es la primera vez que se mete en la cabeza de las niñas y las adolescentes. ¿Por qué le interesa tanto narrar desde ese lugar?Son etapas que me interesan porque son muy ricas en matices. En ellas se perciben muchos contrastes y se escucha la sensación de descubrimiento del mundo, que te presenta cosas maravillosas y otras pesadillescas. Se presta mucho a la tragicomedia. A mí, como consumidora, me gustan mucho los contenidos que tienen a protagonistas juveniles porque son personajes muy tiernos, entrañables, divertidos… y mezclan drama y comedia. Hay mucha riqueza en ellos. Pero en todos los libros he trabajado con esa simbología de manera distinta.

¿Qué diferencias encuentra entre sus anteriores libros y Otaberra?En Vozdevieja quería tratar con una psicología infantil desde dentro y retratar un mundo interior que me permitiera contrastar con los conocimientos que se saben y los que no. La inocencia puede aportar mucho. Por otro lado, en El Evangelio me interesaba mostrar a los niños desde una perspectiva de alguien que acaba de abandonar las etapas iniciales de la niñez y la adolescencia, y que lo viese con sus propios ojos. Terminar ese proceso y observar con toda la conciencia del mundo y todo lo que ha hecho mal. Y luego está El quicio, que contiene la psicología de un personaje de trece años. Quería mostrar cómo son las cosas a determinada edad. Algunas te suelen introducir en el mundo popular y otras no.

En Otaberra, cuando Rita y Beatriz dialogan, el lector se traslada a una especie de obra de teatro. ¿Es lo que pretendía? ¿Qué hay detrás de esta estructura?Yo siempre la imaginé como una obra de teatro muy sencilla. Y claro, por eso le di esa forma. Al principio empezó siendo un diálogo y luego usé los personajes de los calcetines, que rompen con esa atmósfera tan sobria y formal. Los calcetines le dan un tono dicharachero y aportan al libro una cosa que me interesa muchísimo, que es el metalenguaje, porque aporta más capas e información. La verdad es que el libro es una lasaña tremenda.

¿Le gustaría ver esta obra sobre las tablas?No me he imaginado que el libro pudiese representarse en teatro completo, pero a los calcetines siempre me los imaginaba en ese formato, con el fondo negro y como las marionetas de toda la vida. Pero en algún momento he podido fantasear con la idea, porque los dos calcetines están basados en la interpretación de la actriz Marta Fernández-Muro en Arrebato.

Cuando se dice de usted que es atea, responde que 'no es verdad'. ¿En qué cree Elisa Victoria?A raíz de El Evangelio se dijo en muchos sitios que, como yo había criticado el meter a los niños desde pequeños, cuando están tan tiernos, en conceptos religiosos, no podía creer en nada. Pero, claro, el sentimiento religioso es muy amplio. Yo lo comprendo. Y no es que yo
crea y me acoja a alguna de las pequeñas y grandes religiones predominantes, porque por desgracia no puedo creer en nada. Sí he tenido experiencias religiosas que me han hecho pensar que hay momentos que hacen que tu existencia valga la pena. Incluso la escritura es una experiencia un poco esotérica para mí: siento que me estoy abriendo a un sitio, al otro lado de la página de papel, a una pantalla. Me conecto con mi existencia, el presente, y siento una especie de comunión que da cierta plenitud. Y eso pertenece al imaginario de lo religioso. Es decir, hay una especie de fenómeno en el descubrir a través de las palabras que me fascina y me hace pensar que merece la pena estar viva. Y eso que estar vivo, en algunos momentos, es un poco raro.

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