OPINIÓN

Capacidad de asombro

Personas paseando por Madrid.
Personas paseando por Madrid.
J. PARÍS
Personas paseando por Madrid.

El otro día quedé con un amigo para ir a un concierto. Lo hicimos además un buen rato antes del show, para que diese tiempo a reunir una de esas buenas charlas que solamente se deliberan en los consejos de sabios.

Con el paso de los años, las rutinas y demás quehaceres es lógico que sean menos las posibilidades de juntarse que cuando éramos unos adolescentes inseparables que pasaban largas horas a la deriva. Desde el colegio al instituto, a las fiestas nocturnas, las etapas universitarias, primeros trabajos... y ahí seguimos hoy en día anclados en la treintena riéndonos de aquellos momentos que pasamos, y sumando otros que recordaremos en el futuro.

Las conversaciones han ido cambiando a medida que añadimos números a la fecha que pone que nacimos en nuestros carnets de identidad. A él le encanta la historia, a mí también, pero no a tan alto nivel de conocimiento y, además, se mueve como pez en el agua por el mundo científico; por el contrario, a mí me gusta más la lectura o el cine, y estoy más conectado a la actualidad.

Muchas veces pensamos que lo sabemos todo, es un error en el que creo que caemos por pura naturaleza humana hasta que de repente llega alguien y te despierta de esa ensoñación. Nuestra charla seguía, llegando incluso a entrar justos al concierto que íbamos a disfrutar, pero en uno de los momentos llegamos ambos a la conclusión de que disfrutamos del mismo placer.

Nos entusiasma escuchar y conocer a gente que sabe mucho más que nosotros, pero también hemos caído en la cuenta de que cuanto más pensamos que conocemos de un tema, más inabarcable se hace a medida que empiezas a sumergirte en él. Cosas de la vida.

Lo cierto es que esta reflexión me ha hecho volver a caer en aquello que mi suegro me decía sobre algo relativo a mantener la capacidad de asombro en la vida. No quería que jamás la perdiese. Cada día voy entendiendo más los imputs que aquel hombre, extremadamente culto y jubilado, me lanzaba en cada una de las conversaciones que teníamos.

Quizá en su momento se quedaban en una nebulosa, posiblemente también no les daba la importancia que requería. Hoy solo puedo agradecerle desde estas líneas, allá donde esté, por el bien que, sin saberlo o sabiéndolo, hizo en mí.

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