Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

Hechos, no palabras

Militares israelíes en la Franja de Gaza.
Militares israelíes en la Franja de Gaza.
FDI
Militares israelíes en la Franja de Gaza.

Transcurridos más de dos meses del inicio de la guerra de Gaza, se hace cada vez más necesaria una reflexión en profundidad sobre qué persigue Israel y qué puede esperar conseguir Hamás prolongando un conflicto que ninguno de los dos puede ganar ni tampoco está dispuesto a perder. Si no se alteran los términos de la ecuación, el resultado es suma cero, lo que uno gana el otro lo pierde y viceversa, lo que viene a significar que no se pondrá fin al enfrentamiento, aunque uno de los dos se declare vencedor, porque en ningún caso cabe la completa y definitiva aniquilación del adversario. 

Mientras tanto, la cifra de muertos crece, la destrucción se hace insoportable y el odio se incrementa exponencialmente. Cada familiar de una víctima del conflicto tendrá un poderoso motivo para unirse a una de las dos voluntades enfrentadas para seguir matando en una espiral sin fin.

La historia nos ha enseñado que las destrucciones masivas de ciudades no llevan a sus habitantes a rebelarse contra sus gobernantes. Tenemos ejemplos en los sitios de Zaragoza y Gerona, en los bombardeos de la Luftwaffe sobre Londres, los de los aliados en Hamburgo, Dresde y Colonia en la segunda guerra mundial, o más recientes los de Estados Unidos en Vietnam y Camboya. Y es que la ideología y el deseo de venganza no sucumben a la acción de los bombardeos.

Y sabiendo esto como se sabe, ¿por qué Israel sigue con su campaña aeroterrestre en Gaza? Asimilado, siquiera parcialmente, el dolor, la rabia y el deseo de venganza que produjo el ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre, se impone el cálculo racional para establecer un horizonte deseado susceptible de ser alcanzado. Israel sabe que no puede aniquilar completamente a Hamás sin hacer lo propio con un porcentaje muy elevado de gazatíes; afirma haber eliminado a unos 5.500 miembros de Hamás, cifra que si la contrastamos con el total de bajas que declara el Ministerio de Sanidad de Gaza (controlado por Hamás), que son unos 18.000 fallecidos, significa que, por cada objetivo legítimo -combatiente-, siega la vida de más de dos inocentes. Cifra inasumible, injustificable e insoportable se mire como se mire. Es imposible sostener un relato de legítima defensa con unos hechos que lo desvirtúan día a día. Esta guerra, si continúa en esa línea, la va a perder Israel, si no en el corto plazo, sí en el medio y el largo.

¿Y Hamás? Es, como sabemos, un movimiento terrorista para el que el valor de la vida de propios y extraños es instrumental, relativo y prescindible. Su cálculo inicial de los resultados a lograr no se ha correspondido con el desarrollo de los acontecimientos. Si bien ha conseguido galvanizar el apoyo internacional hacia el pueblo palestino -focalizándolo en su provecho-, no ha sido capaz de extender el conflicto en la medida deseada, e incluso ha levantado una alarma evidente en países del Golfo y vecinos próximos. Nadie quiere escalar un conflicto que no apunta a una salida positiva para los intereses del pueblo palestino. Una cosa es lanzar cohetes y misiles sobre Israel o bases de Estados Unidos en Iraq o secuestrar barcos a través de proxies, y otra muy distinta entrar en guerra con ellos.

¿Qué se puede hacer? El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no ha sido capaz siquiera de sacar adelante una resolución de alto el fuego invocando el artículo 99 de la Carta. El veto de Estados Unidos y la abstención del Reino Unido lo han impedido. Un estadista buscaría una solución viable más allá de su reelección, y ésta no puede ser otra que procurar la convivencia entre dos naciones, una con Estado y otra sin él. Esa convivencia tiene que partir de la aceptación de la existencia del "otro", de su viabilidad más allá de la simple supervivencia y, sobre todo, de su desarrollo. 

Hay que ser generoso más allá del término ordinario de la palabra, cabría decir desproporcionadamente generoso, porque solo mediante un futuro prometedor, una expectativa de progreso real y un escrupuloso respeto a la cultura y religión del "otro" se puede comenzar a cerrar la brecha de odio que lleva ensanchándose desde la Naqba de 1948. No se trata de resolver agravios ni de sostener maximalismos que a nada han conducido hasta ahora. Mucho menos, se trata de garantizar una supervivencia sustentada en vencer en corto en una guerra que no se puede ganar a largo plazo. Se trata de resolver un conflicto sin ceder al chantaje terrorista de Hamás, de acreditar capacidad de liderazgo y gobierno, de superar el dolor, el odio y el deseo de revancha, procurando que el único fin de los hijos de los caídos sea distinto a morir por los que ya lo han hecho. 

El nihilismo en Israel, Cisjordania y Gaza tiene que acabar. No parece que los actuales gobernantes sean capaces de conseguirlo; habrá pues que facilitar la emergencia de nuevos líderes y nuevas aproximaciones de uno y otro lado para cortar este aparente nudo sin fin, al modo de Alejandro Magno con el nudo gordiano, de un tajo y para siempre. Eso son los hechos que cambian situaciones, no las palabras huecas y altisonantes.

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