Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Ortega tuvo que ser

Ortega Smith agrede a Eduardo Rubiño durante el último Pleno de Madrid del año
Ortega Smith agrede a Eduardo Rubiño durante el último Pleno de Madrid del año
Más Madrid
Ortega Smith agrede a Eduardo Rubiño durante el último Pleno de Madrid del año

Una de las características definitorias del populismo, como antes lo fue de cualquier otra actitud totalitaria, es que se propaga a una velocidad terrible. Lo contagia todo y nos contagia a todos, lo queramos o no, estemos prevenidos o no. Hay algo de estimulante en esa voluntad -típicamente populista- de romper las normas, de dejarse de melindres, de vestirse de manera informal cuando nadie más lo hace, de utilizar un lenguaje ofensivo hasta lo inaceptable, de épater le bourgeois. Hay algo de seductor en la mala educación deliberada, en las formas chulescas y, para algunos, en la bravuconada y hasta el matonismo. Todo impostado, naturalmente. Todo teatral. Todo para la tele.

El diputado y concejal de ultraderecha Javier Ortega Smith no es así. Lo mismo que Donald Trump, este hombre no finge. Lo que se ve en él es lo que le sale de dentro, es completamente natural. En el último pleno del Ayuntamiento madrileño en 2023 decidió injuriar a una diputada de la izquierda poniendo en duda que alguna vez ella o su familia hubiesen estado amenazados por ETA. Cuando bajaba de la tribuna y caminaba hacia su escaño, otro concejal (Eduardo Rubiño) le soltó un “Qué asco” o algo parecido.

La reacción de Ortega Smith fue fulminante, instintiva. No estaba ni prevista ni preparada, fue algo natural. Se detuvo en seco y se volvió hacia Rubiño hecho una furia. De un papirotazo le tiró encima una botella de agua mientras el otro se echaba hacia atrás en su asiento, que es lo que hacemos todos cuando sentimos que alguien nos puede pegar.

Esa actitud agresiva, que en Ortega Smith no es nueva ni es -repito- fingida, fue muy poco después aplaudida por el líder del partido ultra, Santiago Abascal. ¿Ven? Eso ya es otra cosa. Abascal y Ortega no se llevan nada bien, no es ningún secreto. Pero el líder, en vez de atender al sentido común y a la obvia gravedad de lo que había ocurrido, decidió sacar la cara por "los suyos", con razón o sin ella. Y amparó una agresión, o conato de agresión, porque sabe que eso aumentará su apoyo entre el sector de los ciudadanos que sonríe y se deja embobar por la burla de las normas, por la chulería, por el matonismo. Por el populismo.

No seré yo quien llame nazis ni a Ortega Smith, ni a Abascal, ni a su partido. Eso ya lo ha hecho Macarena Olona, que formó parte de la dirección de Vox hasta que se la quitaron del medio porque no había forma de controlar aquel ego hipertrofiado. Ella sabrá por qué lo dijo.

Durante décadas, cada vez que alguien mencionaba el apellido "Ortega" se daba por hecho que estaba hablando de Ortega y Gasset. Los taurinos llamaron siempre así a una de las leyendas del toreo, el toledano Domingo Ortega. Más tarde apareció otro, el también torero Ortega Cano. Esperemos que el vocablo no siga degenerando y que cuando alguien se refiera a "Ortega" no pensemos todos en este hombre atrabiliario que insulta a los policías y que agrede a otros concejales. "La rebelión de las masas" no tenía nada que ver con esto. Y estaba mucho mejor.

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