![Navidad.](https://imagenes.20minutos.es/files/image_640_360/uploads/imagenes/2023/12/31/pexels-jeswin-thomas-1652555.jpeg)
Para parar el tiempo y ser niño de nuevo uno encuentra cada vez menos caminos. La Navidad es, entre otras cosas, poner en horizontal el reloj de arena de la vida, ser y estar en calma, sin prisa, vivir con intensidad y emoción, tener encendida la grabadora indeleble de la memoria y sentirse también cerca de los que uno más quiere, que son, por lo general, los que determinan en gran parte su identidad.
Uno para el tiempo vampirizando un poco a los niños, poniendo la mente a su altura y dejándose llevar hacia abajo en el tobogán o en el ir y venir del columpio. También se pueden encontrar momentos y espacios de la memoria que están esperando una visita como hojas de papel de calco que quisieran emular un dibujo pasado sobre una escena presente. Yo consigo esto, quizá, con los juegos de mesa, montando el belén, decorando las casas y, por supuesto, visitando el belén de las Hermanitas.
La Navidad es, entre otras cosas, poner en horizontal el reloj de arena de la vida, ser y estar en calma.
El belén de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados es un lugar mágico por el que no ha pasado apenas el tiempo, tiene una máquina de monedas en la que un monaguillo autómata toca una campana y un pajarillo canta. Hace tiempo tuvo otro monaguillo pesetero y mofletudo que tenía una bandeja en las manos, se inclinaba al recibir el donativo y mandaba tu moneda a buen recaudo. Este año quiero ir cuatro veces a ver este belén, una por cada uno de los tres años que ha estado cerrado por diferentes motivos y otra por un año que fui idiota y no estuve.
En mi infancia, el belén de las Hermanitas era la Navidad. No entendía mucho de lo que pasaba allí, pero era como ver un mundo entero. De vez en cuando, nevaba en la parte más alejada. Recuerdo ver una pala que cargaba el depósito de corchopán, el material con el que están hechos los sueños. Los Reyes Magos avanzaban en un trazado curvo y Baltasar, harto de ir siempre el último, lideraba la comitiva. Había una cueva con espejos en la que, como en el mito de Platón, no sabías qué era verdad y qué era un reflejo.
Me han contado que los ratones se comieron el circuito eléctrico, que hubo que rehacer mucha parte del belén y que si encuentras a una hermanita por allí, le puedes pedir que te active una presentación del belén con audio y luz. Ahora ya no hay que recorrer los pasillos del edificio para entrar, ya no se ve a los ancianos, no se atraviesa la capilla, no se ven los cuadros con frases de los pasillos y no se huele ese olor inolvidable. Es todo más aséptico, unas flechas te mandan por el patio para ver el Belén. Quizá la tercera vez que vaya, me cuele por los pasillos y haga de memoria aquel camino mágico.
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