OPINIÓN

Las sirenas vuelven a llorar en Galicia

La aparición de grandes cantidades de pequeñas bolas de plástico blancas, pellets, en varias playas gallegas ha puesto en alerta a entidades ecologistas que piden a las autoridades actuar de forma inmediata para evitar un desastre medioambiental.
La aparición de grandes cantidades de pequeñas bolas de plástico blancas, pellets, en varias playas gallegas ha puesto en alerta a entidades ecologistas que piden a las autoridades actuar de forma inmediata para evitar un desastre medioambiental.
La aparición de grandes cantidades de pequeñas bolas de plástico blancas, pellets, en varias playas gallegas ha puesto en alerta a entidades ecologistas que piden a las autoridades actuar de forma inmediata para evitar un desastre medioambiental.
Voluntarias hacen una recogida de pellets de la arena, Galicia.
EFE

Las sirenas de ahora lloran lágrimas de plástico. Es un llanto de rabia. Porque 21 años después de la catástrofe del Prestige, una nueva calamidad ambiental amenaza a las costas españolas. Esta vez el culpable no es un petrolero, sino un mercante con bandera de Liberia propiedad de la naviera danesa Maersk, la más importante del mundo. Dicen que se les cayó al mar “media docena de contenedores”, pero que fue sin querer. Transportaban toneladas de pellets, blancas perlas de un aditivo fundamental para fabricar plásticos. Desde Navidad, una nueva marea negra, esta vez de blanquecinos microplásticos, se extiende silenciosa por todo el litoral gallego y ya ha llegado a Asturias y Cantabria.

Mientras las autoridades regionales y nacionales se acusan mutuamente sin hacer nada para tratar de controlar el desastre, miles de voluntarios se han lanzado a las costas con cribas, cedazos y coladores para tratar de recoger esas dolorosas “lágrimas de sirena”. Es una labor tan ardua como prácticamente inútil. Son diminutos granos de plástico que hay que retirar uno a uno, se mezclan con los de las arenas, flotan en el agua, viajan cientos de kilómetros por el mar, llegan a tierra con las mareas y al pisarlos se hunden en las playas, desaparecen de nuestra vista, pero siguen ahí, latentes en su veneno durante ¿años, décadas, siglos?

Lo más grave no se ve. Nadie conoce su composición exacta, su toxicidad, su capacidad para degradarse con el tiempo en otros compuestos más o menos tóxicos, qué les pasará a todos esos peces, mariscos y otros animales que se los tragan accidentalmente, y a nosotros que después nos los comeremos.

Habíamos dicho “nunca mais”, pero ha sido un “outra mais”, ha vuelto a suceder.

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