Los buenos propósitos para el Nuevo Año son habitualmente la renovación de los propósitos viejos del año pasado que no llegaron a cumplirse. Enero trae nuevas oportunidades y al menos durante los primeros días se aparcan las excusas y encaramos con entusiasmo esos cambios que queremos.
Hemos sobrevivido a las fiestas, que nos dejan su recuerdo traducido en esos kilos ganados por el extra de calorías y azúcar entre brindis y abrazos, y ahora toca quitárselos de encima. No va a ser fácil, el mundo conspira en tu contra. Este es el primer objetivo en la lista de los deseos/deberes posfestejos para una gran mayoría, que se plantea qué hacer con el panettone que llegó de regalo de última hora, el inacabado roscón que está buenísimo y que también llegó por partida doble, y las primorosas bandejitas de chocolate y dulces navideños que amenazan tentadoras desde la mesa del salón porque nadie ha tenido el valor de retirarlas.
Una vez más, llegó el momento de hacer dieta, no queda otra, y como solo son un par de kilos y ya te las conoces todas, eliges entre el ayuno intermitente, tan de moda últimamente, la hipocalórica –contando calorías de toda la vida–, la de proteínas, la de fuera hidratos… Aunque, puestos a hacer sacrificios, voto por unos días de relax y hambre en la Buchinger o en Sha Wellness… al menos pierdes peso con glamour.
También puedes rezar a la espera de un milagro como alguien me dijo: "Dios mío, si no puedes hacer que adelgace, haz que engorden mis amigas". Me apunto.
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