Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

Conócete a ti mismo

Varias personas caminan frente a una tienda de ropa en la Gran Vía de Madrid.
Varias personas caminan frente a una tienda de ropa en la Gran Vía de Madrid.
Eduardo Parra/ EP
Varias personas caminan frente a una tienda de ropa en la Gran Vía de Madrid.

Nadie sabe quién es. Esa autoignorancia explica el éxito del meme clásico "Conócete a ti mismo". Lo saben los demás, pero se les olvida enseguida. Los demás, tus demás, saben quién eres con bastante precisión a veces, pero se les olvida enseguida, no es una info relevante para ellos... excepto que seas su superior o su tutor legal, o que sus vidas dependan de la tuya de alguna manera. En ese caso es posible que guarden un perfil sintético de cómo eres, a qué manías obedeces... pero será algo práctico, para salir del paso, un recurso de mera supervivencia desde su punto de vista, que no es el tuyo. En todo caso, no es poco, quizá esos tips de los demás es el máximo conocimiento al que una persona pueda aspirar sobre sí misma. Es útil, es la info que conservan, actualizan y quizá se comunican los que dependen de ella. Este conocimiento ajeno, caleidoscópico, si se pudiera reunir y compendiar sería útil, pero no se puede. Nadie va preguntando a los demás, y menos a los que dependen de él, quién creen que es. Y aunque lo preguntara no se lo dirían.

Luego estaría lo que sabe el algoritmo, y que sin duda es exacto, pero --por eso mismo-- es incognoscible. La máquina no te a va a decir quién eres porque no sabe todavía interpretar la pregunta. En todo caso te dirá, previo pago, qué quieres comprar. Esta pérdida de la pregunta inicial explica algo de nuestro tiempo (que ya no es nuestro y ya se ha ido).

Así que una misma no sabrá nada de sí. Los muy próximos sabrán bastante, pero siempre habrá algo que se escapa, y además nadie tiene tiempo ni ganas para entretenerse con la forma de ser de otras personas. No se indaga en la propia vida como para interesarse por las ajenas. Para eso ya están las profesionales, sicólogas, siquiatras, peritas, criminalistas, aquellas que elaboran perfiles... ¿cómo se llaman las profesionales que hacen perfiles de otras personas?

La introspección clásica se podría animar con las nuevas opciones para cambiar o elegir sexo o renunciar a la dicotomía tradicional, pero es pronto para saber si esas alternativas han propiciado algún repunte en esta práctica.

¿Pagando se puede conseguir que alguien sepa quién eres y te lo diga claramente? Esta una buena pregunta inútil. No es muy frecuente, pues a nadie le interesa saber realmente quién es. En todo caso le interesa cómo mejorar, cómo triunfar, cómo superar este o aquel déficit o complejo. El CIS no suele preguntar algo así: ¿Sabe usted quién es en general realmente? ¿Se ha planteado alguna vez la célebre cuestión "conócete a ti mismo"? Claro que el CIS es lo que es y obedece a otras urgencias. Tampoco se hace esa pregunta respecto así mismo, y si la hace no la publica. Ningún organismo o institución se la hace. Así les va (en general). Como mucho algunas suelen preguntar a los clientes, súbditos, usuarios... pero limitan las respuestas a Sí o No, y si hay comentario, que no exceda los 300 caracteres (lo cual es lógico porque nadie en esos entes lo va a leer).

La pregunta ¿quién soy? sobrevive porque nadie se la hace. El más famoso y longevo de los manuales de autoayuda, "Conoce tus zonas erróneas", de Wayne Walter Dier, de 1976, conserva en su portada al mismo homúnculo atormentado y abatido cuyo cuerpo está formado por palabras y frases que ya muestran esos errores. El título y el moñaco del reclamo de la cubierta y los 35 millones de ejemplares vendidos (según Wikipedia) ya lo dice todo sobre el tipo de gente que lo compra, lo regala y obviamente no lo lee.

Nadie se conoce y tampoco le interesa ahondar en sí misma/o ya que no hay tiempo

El budismo y otras religiones se salen por las tangentes y apuestan por librarse del ego, lo cual ahorra averiguar cómo fue  ese ego, pero en este caso no nos ayuda, (aunque avala la tesis principal: nadie quiere saber nada de sí).

De manera que nadie se conoce y tampoco le interesa ahondar en sí misma/o ya que no hay tiempo. La precariedad laboral, sobre todo la precariedad del éxito, penaliza la introspección exhaustiva: si triunfas tienes que seguir; si fracasas no puedes permitirte parar porque tienes que reinventarte. La precariedad y fugacidad del éxito es más angustiosa ya que obliga a imprimir más velocidad.

Casi todo lo que ocurre en el mundo hoy día sirve de ejemplo a estas afirmaciones gratuitas, ya sea en países, organismos locales o mundiales, mandatarios, dictadores o simples triunfadores célebres que cuando declinan se acogen a sueldos de los países árabes, siempre necesitados de figuras eminentes a las que nadie hace caso precisamente por haber sucumbido a esos lavados vicarios de imagen.

Si algunos de los más notorios dictadores o invasores de países ajenos (y propios) se pararan a indagar sobre quiénes son en realidad, qué tipo de persona tienen dentro, tendrían que parar las guerras y suspender los conflictos, incluso los que aun no se han declarado y están a medio pensar. Por eso esta práctica es tan poco popular a todos los niveles.

Sin duda resulta mucho más gratificante machacarse en el gimnasio forcejeando con máquinas sacadas de Metrópolis, la peli de Fritz Lang de 1927, en los ratos que deja libres el móvil.

A fin de cuentas la humanidad se caracteriza por la huida hacia adelante y por no perder el tiempo enredando con la sugerencia --Conócete a ti mismo-- del templo de Apolo en Delfos. Y tan mal no le ha ido... de momento.

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