El Festival de Eurovisión tiene una larga historia a sus espaldas que se remonta a mediados del siglo pasado. Se cumplen ya 62 años desde que España envió a su primera representante, Conchita Bautista, que, dicho sea de paso, quedó en un discreto noveno puesto.
En aquellos tiempos de televisión única en blanco y negro el Festival fue un fenómeno de masas que se seguía con entusiasmo y despertaba pasiones. El orgullo patrio se sentía herido o reconfortado según la marcha de las votaciones que determinaban las posibilidades de alcanzar el triunfo. Y de todo ha habido en este tiempo: alguna vez hemos quedado bien, pocas, aunque se ganó en dos ocasiones, algunas regular y otras fatal, en los últimos lugares de la lista.
El interés por el Festival fue decayendo y quedó muy relegado en las preferencias de los espectadores. Eurovisión se percibía como algo lejano y viejuno, pero sorprendentemente en los últimos años resucitó de sus cenizas y volvió a ser objeto de discusión y polémica.
La retransmisión de la final del Benidorm Fest, donde se eligió a la canción ganadora, llevó a La 1 a ser líder de audiencia en la noche del sábado y los datos constataron que los televidentes jóvenes tuvieron mucho que ver en esos resultados.
Así que en esas estamos de nuevo a estas alturas, entretenidos opinando sobre la canción que este año va a representar a España y que ha merecido calificaciones para todos los gustos: soez, machista, reivindicativa, atrevida, ofensiva, divertida, transgresora, empoderada… Hasta el presidente del Gobierno ha entrado al trapo en el asunto.
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