Netflix estrena 'Pícaro: el pequeño Nicolás': ¿Qué dice la psicología de su personalidad?

Ilustración del pequeño Nicolás.
Ilustración del pequeño Nicolás.
HENAR DE PEDRO
Ilustración del pequeño Nicolás.

Un personaje así pedía a gritos docuserie y Netflix no se hizo esperar. Este 15 de febrero se estrena Pícaro: el pequeño Nicolás. Tres episodios basados en sus declaraciones, salpicados de múltiples entrevistas a algunos de los protagonistas de esta cinematográfica trama. Es documental, porque una ficción habría resultado redundante. La realidad supera todo guion imaginable.

Francisco Nicolás tiene ahora casi treinta años, pero su periplo por la extravagancia se remonta a sus tiernos catorce. De momento, sigue en marcha su recorrido judicial, que dio comienzo hace diez años. El Tribunal Supremo confirmó la pena de un año y nueve meses de cárcel por un delito de falsedad documental, pues el pícaro consiguió que otra persona se presentase en su nombre al examen de Selectividad. Esta es la primera condena firme, pero Francisco Nicolás sumaría hasta 12 años y cinco meses de prisión por razones más barrocas, entre delitos de descubrimiento, revelación, violación de secretos oficiales, y cohecho en el caso 'Mafia Policial'. De momento, sigue a la espera de que el Supremo se pronuncie, tras los recursos interpuestos.

"Cuando me preguntan si prefiero dinero o poder, siempre digo poder". En efecto lo tuvo, al menos, en parte. Con 14 años pasó de relaciones públicas de discotecas a codearse con políticos y empresarios. Cuenta en entrevistas que siempre se había fijado en los más poderosos, desde presidentes, gente de negocios, e incluso el papa. La idolatría cuasi reverencial que emanaban tales personalidades le producía aspiraciones grandilocuentes.

Tal ambición desmedida le llevó a sentenciar que era miembro del CNI, nexo de la Casa Real y enlace de la vicepresidencia. Alquilaba coches de alta gama y los adornaba de señales luminosas, al más puro estilo oficial, para perpetuar un estatus basado en cierto grado de verdad. Ese porcentaje de veracidad lo demostraría su presencia en actos, fiestas, reuniones, y la extensa agenda de contactos relevantes. Conocía gente, sí, aunque quizá, ni tantas, ni tanto. Este es, de hecho, uno de los rasgos más comunes del narcisismo y de la pseudología fantástica.

Y eso intentó usar su defensa. El informe psicológico alegó alteraciones psíquicas y, en efecto, la pericial del Juzgado de Instrucción número 24 de Plaza de Castilla expuso que el joven sufriría ideas delirantes de tipo megalomaníaco. En cualquier caso, el trastorno narcisista no es eximente de responsabilidad criminal. Aunque, en contados casos, pueda servir de atenuante, quien lo padece tiene plena consciencia de la realidad.

El trastorno de la personalidad narcisista produce gran controversia entre la comunidad científica. La validez de su diagnóstico es incierta, y se estima que lo padecería entre el 1% y 6% de la población mundial. Sin embargo, tras analizar la conducta del pequeño Nicolás, sus rasgos de personalidad parecerían cumplir cada uno de los criterios expuestos en el manual de psicopatología (el DSM-V).

Cuando su historia saltó a primera plana, había dos opciones: o el chaval era un trastornado que se lo había inventado todo, o realmente era un joven de grandes habilidades, capaz de manipular a más de un alto cargo. La realidad nunca es objetiva y siempre hay parte de certeza y mentira.

Se caracteriza por un patrón de grandiosidad, necesidad de admiración y claro egocentrismo. El narcisista tiende a instrumentalizar las relaciones sociales, manipula y explota a los demás en su propio beneficio, bajo un halo de ínfima empatía. Una conducta basada en la superioridad que llevaría implícita cierta prepotencia. Estas personas quedan absortas de sus propias fantasías, tanto, que la mentira puede hacerse patológica, con el fin de afianzar la idea de éxito o brillantez, y construir así su identidad soñada. Lo cierto es que para conseguirlo hace falta ser listo.

Pero las ansias de grandeza y las expectativas tan altas generan desfases emocionales. Subyace una necesidad de admiración que, a menudo, no deja de ser una muestra de inseguridad, recóndita, que se busca paliar. El narcisista sufre, mucho, si no alcanza las metas establecidas. Y los objetivos llegan a ser tan elevados, que la frustración puede precipitarles a la ansiedad o depresión.

Es verdad que los servicios de inteligencia, históricamente, reclutaban estudiantes "especiales" para recabar información sobre tendencias o movimientos sociales. Es verdad, también, que a veces les salían rana. Del mismo modo, es cierto que, si descubiertos, los Servicios negarían los hechos. En caso de que sí hubiese sido un 'charlie' del CNI, la discreción no fue precisamente su fuerte. Más allá de estafas a empresarios y reuniones de alto standing, era un conocido de la diversión y bochorno nocturno madrileño.

Su cuenta privada de Instagram, con tanto de foto hablando por teléfono con a saber qué personalidad, reitera su necesidad de aparentar. Un moderno Lazarillo con astucia suficiente para adaptarse a cualquier entorno para escalar. Quiso mantener indulgentes sus fantasías, como un Dorian Gray con su retrato guardado en un desván. A la espera de que se pronuncie el Supremo, el ya no tan pequeño Nicolás sigue encauzando su futuro laboral antes de ser encarcelado. Dice participar en empresas y start-up, aparece en podcasts, y pronto volverá a sentirse napoleónico en cuanto media España se reenganche a su historia. Nada le da más carrete a un narcisista que el interés que suscita. Una trama de la que, es probable, nunca conozcamos toda la verdad.

Biografía

Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en 'Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias' y otro en 'Criminología, Victimología y Delincuencia'.

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