Lidia, cuatro intentos de suicidio y dos veces atada a la cama de un hospital: "Pero ¡¿qué estáis permitiendo que me hagan?!"

  • La joven relata sus dos ingresos involuntarios en una planta psiquiátrica dictados por un juez. 
  • Recientemente, la Confederación Salud Mental España exigió al Gobierno que pusiese fin a medidas como las ataduras de pacientes que acometen intentos de suicidio. 
Lidia ha sido ingresada de manera involuntaria en plantas psiquiátricas en dos ocasiones.
Lidia ha sido ingresada de manera involuntaria en plantas psiquiátricas en dos ocasiones.
Cedida
Lidia ha sido ingresada de manera involuntaria en plantas psiquiátricas en dos ocasiones.

− No me da vergüenza. Pienso que casos así deberían conocerse.

Son las palabras de Lidia, una madrileña de 34 años que cuenta su historia con determinación y firmeza, aunque con un hilillo de voz apenas perceptible. Lleva semanas sin salir de la cama y, paradójicamente, sin apenas dormir. Acompañada de Alhaja, una cachorrita de caniche toy marrón, cuenta que hace poco más de seis años su vida dio un duro vuelco. Concretamente, el 7 de diciembre de 2017, cuando acometió el primero de sus cuatro intentos de suicidio.

Los últimos datos disponibles revelan que el año 2022 fue el peor desde que existen registros. Se quitaron la vida 4.097 personas, según el INE, un 2,3% más que en 2021. Desde 2018 (3.559), esta cifra no para de aumentar. Sindicatos y sanitarios han dado la voz de la alarma en los últimos años para denunciar la falta de profesionales de salud mental. Según el Libro Blanco de la Psiquiatría, el sistema sanitario público dispone de 9 psiquiatras por cada 100.000 habitantes. La ratio óptima sería de entre 13 y 15, según el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, Manuel Martín. Y la proporción de psicólogos es aún menor: 6 por cada 100.000 habitantes, según la Asociación Nacional de Psicólogos y Residentes.

Lidia sufre de depresión endógena, la más difícil de las depresiones por su origen biológico, pero eso no lo supo hasta que en esos días de diciembre de 2017 fue internada de manera involuntaria en una planta psiquiátrica de un hospital madrileño. Fueron muchas las veces que durante el año anterior acudió al médico de cabecera siempre con el mismo problema: la imposibilidad de dormir y la sensación de que su cuerpo estaba formado por extremidades de acero de toneladas de peso. "El médico siempre lo achacó al estrés de la oposición que estudiaba. Pero yo no estaba estresada. Simplemente no tenía energía y estaba triste". La solución no fue derivar a Lidia al psiquiatra, sino cebarla a tranquilizantes hasta que, de una ingesta tan continuada, dejaron de hacerle efecto.

El cúmulo de desesperación e incertidumbre por no saber poner nombre a lo que le ocurría desembocaron en ese 7 de diciembre de 2017, en el que su padre le sujetaba cariñosamente la cabeza mientras la llamaba "hija" y le pedía, por favor, que vomitase. Esa noche fue ingresada en la UCI, y los médicos le preguntaron si quería quedarse allí para que le hicieran unas pruebas y averiguasen qué le pasaba. "Dije que sí, pero después supe que la decisión ya se había tomado mucho antes sin tener en cuenta mi consentimiento".

Las "contenciones mecánicas"

Su primera noche ingresada la recuerda como tantas otras en su vida: presa del insomnio. Pero en aquella ocasión se sumaban las quejas de otros pacientes, las carreras de enfermeros y celadores y un estertor: "Un hombre mayor murió en el box contiguo al mío. Mi angustia era mucho mayor allí. Me di cuenta de que no quería quedarme. Hablé con el médico y me dijo que no había otra opción. Un juez había ordenado mi ingreso".

Lidia ha sido ingresada de manera involuntaria en plantas psiquiátricas en dos ocasiones.
Lidia, junto a su perrita Alhaja.
Cedida.

Lidia se ató entonces las zapatillas, cogió su bolso y, con su pijama verde de ingresada como única prenda, se encaminó a la salida. El personal sanitario avisó a la seguridad del hospital. Mientras era conducida de nuevo a su box miró a sus padres, que estaban presenciando todo con lágrimas en los ojos, y les gritó: "¡¿Pero qué estáis permitiendo que me hagan?!"

Los guardias la subieron a la cama con la facilidad que otorgaban sus 50 kilos y procedieron a inmovilizarla siguiendo los protocolos existentes. "Llaman a esas cintas ‘contenciones mecánicas’, la forma menos cruel y más políticamente correcta de definirlas". No sería esa la única vez que fuese atada.

Las ataduras son una de las medidas —muy polémicas— que se toman en estos casos. Recientemente, la Confederación Salud Mental España denunció que se realizan con demasiada frecuencia y exigió al Gobierno que pusiese fin a ellas alegando una violación de derechos humanos. "Las contenciones mecánicas son traumáticas. Por eso, se está avanzando en otros aspectos para evitar recurrir a ellas para hacer frente a crisis de tipo suicida, autoagresivas o de agresión a otros pacientes", cuenta el doctor Antoni Serrano, director de Salud Mental del Parc Sanitari San Joan de Déu de Barcelona, cuyas unidades llevan 10 años implantando "medidas pioneras" en España para convertir una estancia difícil en lo más "amable" posible. 

"Optamos por lo que denominamos contención verbal, es decir, una labor de acompañamiento y entendimiento para con el paciente. Tratamos de darle herramientas para que se reduzca su angustia y evitar así recurrir a las contenciones mecánicas o a la aplicación de la medicación forzada".

Esta manera de actuar responde a la aplicación de la llamada Norma Libera-Care, un modelo de cuidado creado en torno a la dignidad del paciente que se aplica no solo en unidades psiquiátricas, sino también geriátricas y pediátricas, donde el uso de ataduras también es frecuente. "También implantamos la estrategia Safewards, a través de la cual hacemos que la estancia del paciente sea lo más confortable, ordenada y tranquila posible para transmitirle paz. Tratamos de buscar la conexión emocional con el paciente, conocerlo mejor", explica Serrano. Unas medidas, dice, que toman por iniciativa propia debido a la falta de acción gubernamental.

En la planta psiquiátrica

Lidia da un sorbo al descafeinado con leche y acaricia a su perrita, que reclama su atención. Prosigue con su historia. Su mirada no ha perdido ni un ápice de determinación.

"Me subieron a la planta psiquiátrica sin que pudiese hablar con mis padres. Los teléfonos móviles, prohibidos. No podía parar de llorar. Al día siguiente de mi ingreso en planta, me dieron un ordenador, me conectaron a una videollamada de Skype y una mujer me leyó la orden de ingreso involuntario que habían decidido adoptar en el juzgado siguiendo el consejo médico”.

El internamiento involuntario en España está regulado por la Ley de Enjuiciamiento Civil, concretamente en el artículo 763, pero en el año 2010 una sentencia del Tribunal Constitucional declaró inconstitucional dos párrafos de dicho artículo. Son: "El internamiento, por razón de trastorno psíquico, de una persona que no esté en condiciones de decidirlo por sí, aunque esté sometida a la patria potestad o a tutela, requerirá autorización judicial" y "la autorización será previa a dicho internamiento, salvo que razones de urgencia hicieren necesaria la inmediata adopción de la medida". 

No obstante, no declaró la nulidad de estos artículos, ya que el tribunal de garantías solo especificaba en su sentencia que dicha materia debería estar regulada en forma de Ley Orgánica y no de Ley Ordinaria. Una regulación que hoy, 14 años después, aún no se ha producido.

Objetos prohibidos y duchas con puertas abiertas

"No sabía que podía prohibirse un limón". Durante su primer ingreso descubrió que J., uno de sus compañeros, llevaba unos días añadiendo a sus botellas de agua limón exprimido. "Yo no entendía por qué, pero J. me lo explicó. El limón libera toxinas e impide que la medicación haga tanto efecto. No me extraña que lo hiciera. De tantos tranquilizantes, llegó un punto en el que J. ya no podía casi ni vocalizar y se quedaba dormido en cualquier parte. Por eso, el personal sanitario se lo quitó". Igualmente, los pacientes están obligados a retirar objetos que puedan resultar potencialmente dañinos para el paciente, como los cargadores de aparatos electrónicos.

El ingreso de Lidia estuvo abrazado hasta la asfixia por la pérdida: la pérdida de la noción del tiempo, la pérdida de la voluntad, la pérdida del ocio y la pérdida de la intimidad. "Nos teníamos que duchar con las puertas abiertas y nos vigilaban en todo momento. Entraban varias veces en nuestras habitaciones para registrarlas. No sé, puedo llegar a entender todo esto, pero a veces me sentía como un preso al que el funcionario de prisiones le registra la celda".

Un futuro por escribir

Desde aquel 7 de diciembre de 2017, Lidia ha seguido afrontando su trastorno. Ha tenido que ser ingresada una vez más, en diciembre de 2022, y fue especialmente duro porque aún se aplicaba el protocolo covid y estuvo 72 horas aislada.

No todos los días son malos. Recuerda con alegría cuando acudió, hace unos meses, a una boda en Cancún. Lidia afronta el futuro consciente de lo vivido y de las dificultades que se encuentra en su día a día. Pone a su perrita Alhaja en el suelo y se despide. "Mi futuro está todavía por escribirse", dice, antes de marcharse.

Periodista '20minutos'

Graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y máster de Radio COPE por la Universidad CEU San Pablo. Mi relación con el periodismo comienza cuando aún andaba en pañales y mi padre me llevaba a la redacción de un modesto periódico algecireño cada vez que tenía que responder a la llamada del oficio. Trabajo en '20minutos' desde 2022. Me curtí en la sección de Cierre y ahora profundizo en mis pasiones en Cultura. En mi tiempo libre leo de manera enfermiza y doy mucho la turra con Chaves Nogales, maestro de maestros.

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