¿Los corruptos nacen o se hacen? Estos son los cinco rasgos psicológicos que comparten los individuos proclives a corromperse

  • La felicidad se confunde con la euforia, y esta es la que buscan los corruptos al dejarse llevar por sus impulsos.
  • Algunos individuos corruptos presentan anomalías en la corteza prefrontal o desajustes en la química cerebral.
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El perfil psicológico del político corrupto
El perfil psicológico del político corrupto
Henar de Pedro
El perfil psicológico del político corrupto

Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad. Y cuando las leyes sí lo impiden, debería hacerlo la moralidad. Decía Séneca que la felicidad yace en la virtud y en el control de las emociones. Pero la felicidad a menudo se confunde con la euforia, y esta es la que buscan los corruptos al dejarse llevar por sus impulsos. Cuanto más se tira de la manta, más judas quedan al desnudo. Algo que lleva a preguntarse si cualquier persona puede corromperse, o si el corrupto nace o se hace. Los escenarios de la corrupción son múltiples, así como sus actores, pero pueden señalarse algunos rasgos psicopatológicos comunes.

1. Narcisismo y egocentrismo

Algunos se enamoran de su imagen reflejada en el estanque y, como Narciso, quedan tan absortos de sí mismos, que ni perciben que está sucio. El narcisista presenta un patrón dominante de grandeza y necesidad de admiración. Son personas prepotentes obsesionadas con fantasías de éxito y poder. Se creen especiales, puede que tengan ciertas cualidades, pero terminan manchadas por la arrogancia, la altivez y la manipulación. Son egocéntricos, tienen una autoestima exagerada, pero tras el halo de superioridad, no hay más que fragilidad emocional. La envidia y la competitividad los llevan a despreciar normas y límites, y al uso sistemático de quienes tienen a su alcance.

2. Baja empatía y tintes psicopáticos

Los corruptos no son necesariamente psicópatas puros, aunque la mayoría puedan acumular tintes psicopáticos. La falta de empatía es el rasgo más básico. No calibran las consecuencias de sus actos, menos todavía el impacto en el resto de personas. La ausencia de remordimientos los lleva a justificar sus acciones ilegales porque las creyeron necesarias para alcanzar sus objetivos. Se aprovechan de las ventajas de su posición, utilizan la mentira, son estrategas y oportunistas.

3. Falta de autocontrol

Desde el punto de vista psicopatológico, la corrupción puede verse como resultado de una especie de adicción. Buscan gratificación inmediata, sin pensar en las repercusiones y secuelas a medio o largo plazo. El hedonismo es tal, que no pueden, o no quieren, controlar la pulsión egoísta del lucro, y la avaricia va in crescendo, no placa.

4. Tendencia al riesgo

La corrupción conlleva riesgos. Aunque muchos puedan llegar a plantearse, a lo largo de la vida, obrar de manera deshonesta, no todos serán capaces de acarrear con los peligros que conlleva. Para atreverse se precisa de una personalidad tendente al riesgo. Se puede llegar a experimentar satisfacción frente a la amenaza. Son, en cierto modo, temerarios, y la adrenalina, además del objetivo buscado, moldean la toma de decisión.

5. Flexibilidad moral

El corrupto se justifica, resta importancia a sus actos, los valores sobre los que se sustenta resultan difusos. La hipocresía suele ser un rasgo habitual en quienes obran a sabiendas de la ilegalidad. Y todo ello propicia y legitima la conducta antisocial.

Cerebro en 3D.
Cerebro en 3D.
Pixabay

El corrupto se hace, no nace, aunque puedan darse predisposiciones biológicas. El comportamiento corrupto se aprende, así como los criterios de justicia. Pero las investigaciones llegan más allá, hasta involucrar a la neurociencia.

Según un estudio de 2016 titulado The brain adapts to dishonesty, los neurobiólogos del University College London descubrieron que el cerebro se adapta a la frecuencia de los comportamientos, tanto, que la amígdala va perdiendo sensibilidad con el paso del tiempo, pudiendo afectar a la respuesta ante situaciones delictivas. Como si pudiese perderse el decoro con el paso de la vida, el cerebro se adapta a la deshonestidad, hasta la normalización de prácticas ilícitas. Ante la exposición reiterada y prolongada a determinadas situaciones, ciertas zonas del cerebro se moldean, a la par que la conducta.

El corrupto se hace, no nace, aunque puedan darse predisposiciones biológicas

Además, varios análisis reflejan que algunos individuos corruptos presentan anomalías en la corteza prefrontal o desajustes en la química cerebral, y estas tienen relación directa con el control de impulsos, la sensación de placer, la falta de empatía y la ausencia de culpa.

Tal como expone el psicólogo Luis Fernández Ríos, autor del libro Psicología de la corrupción y de los corruptos, el hombre es un animal con una tendencia biológica a la corrupción. Pero, lejos de caer en fatalismos, sostiene que también coexiste la inclinación a la ética.

No es solo un juego entre el bien y el mal, convive en la mente todo un abanico de grises. La tonalidad que escojamos definirá nuestro grado de virtud, por tanto, también, de genuina felicidad. La corrupción no es una patología. Es simple y burda bajeza moral.

Biografía

Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en 'Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias' y otro en 'Criminología, Victimología y Delincuencia'.

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