Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

¿Está cambiando el aire?

Koldo García, detrás del entonces ministro de Fomento, José Luis Ábalos, en una imagen de 2019.
Koldo García, detrás del entonces ministro de Fomento, José Luis Ábalos, en una imagen de 2019.
EFE
Koldo García, detrás del entonces ministro de Fomento, José Luis Ábalos, en una imagen de 2019.

El champagne, frío; la adhesión, inquebrantable; la fidelidad, perruna; el silencio, sepulcral; el pago, religioso; el sol, de justicia; el frío, polar; el calor, asfixiante; la noche, oscura; el valor, probado; el aplauso, fervoroso; el incendio, voraz. Así, voraz, ha sido desde luego el que acaba de arrasar la semana pasada dos bloques de viviendas en Valencia. Los bomberos están investigando desde entonces el origen del fuego, pero, a la espera de su dictamen, sabemos que el fenómeno de la combustión resulta de la suma de combustible y comburente. Sin que la naturaleza inflamable de los materiales de la fachada baste para explicar la velocidad devastadora del incendio. Es preciso además tener en cuenta las rachas de viento que estaban soplando a velocidad superior a los 70 kilómetros por hora, aportando como comburente el aire, mezcla de gases con un 21% de oxígeno suficiente para que se produzca la combustión.

A escala doméstica, en la chimenea del cuarto de estar, observamos que las brasas en proceso de extinción se avivan cuando con el fuelle suministramos aire sobre los rescoldos. Es decir, que para acelerar el proceso de combustión no se trata de añadir combustible sino comburente. En política sucede lo mismo y en estos días el caso Koldo ha vuelto a suministrar una prueba. Hay asuntos en el umbral de la extinción, que parecen a punto de apagarse cuando una ráfaga imprevista de viento enciende de nuevo las llamas. Alguien ponía el ejemplo del caso Juan Guerra, que publicado con todo detalle en el semanario Época dirigido por aquel Campany, uno de esos escritores falangistas que escribían bonito, pasó inadvertido, pero dos años después, al reiterarse su publicación en las páginas del diario El Mundo, aunque el texto careciera de novedades dignas de mención, suscitó un escándalo morrocotudo hasta el punto de generar el 12 de enero de 1991 la dimisión de Alfonso, su hermano, que fungía como vicepresidente primero del Gobierno de Felipe González.

La veintena de detenciones, efectuadas por la UCO de la Guardia Civil en funciones de policía judicial a las órdenes del magistrado Ismael Moreno, en el marco de la operación Delorme, acaba de aportar otra prueba en el mismo sentido y viene a demostrar cómo cuando cambia el aire las brasas mortecinas pueden convertirse en fuego abrasador. Porque de las mascarillas hablamos hace dos años sin que apenas se levantara polvareda alguna y es ahora, al saltar una chispa no identificada en el entorno del exministro José Luis Ábalos, cuando se ha incendiado el vertedero que se pensaba bajo el control ignífugo de Koldo, ese aizkolari navarro a quien ensalza por todo lo alto Pedro Sánchez, presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, en el libro Manual de resistencia escrito de la mano de Irene Lozano

En todo caso, como ha escrito un buen amigo periodista en su columna de ayer, sería inaceptable que hubiera amnistía para Carles Puigdemont y el peso de la ley solo recayera sobre Koldo. Entre tanto, quedamos sin saber cómo fue destituido Ábalos de la Secretaría de Organización del PSOE, siendo así que esa decisión correspondía adoptarla al Congreso que lo había elegido o al Comité Federal que hace sus veces en el periodo que transcurre entre Congresos y que, por tanto, quedaba fuera del alcance de Sánchez. Y a quienes quieran atisbar los capítulos próximos de la amnistía se recomienda la lectura del capítulo XXII del ingenioso hidalgo, que trata «De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado llevaban donde no quisieran ir». Continuará

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