OPINIÓN

Más allá del aizkolari socialista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, responde al PP este miércoles en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso.
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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, responde al PP este miércoles en el Congreso.

Es inevitable. La crisis que hoy vive el sanchismo en pleno, y de la cual el affaire de las mascarillas fraudulentas no es más que la punta del iceberg, nos remite al pasado, a una fastidiosa sensación de déjà vu. Aunque la tropa que aún nos gobierna resulta ciertamente insuperable en sus clichés esperpénticos gracias al ingrediente añadido del populismo, nos obliga a recordar los escándalos de la agonía felipista y los del marianismo que en realidad eran los del aznarismo en diferido. Siempre que un partido se adentra en esas fases de descomposición, afloran personajes estrambóticos de nuestra picaresca nacional y de un colorismo chirriante. Ayer fueron Roldán y El Bigotes. Hoy es Koldo, el hombre multiuso al que el doctor Sanchezstein llamó en un post de Facebook "el último aizkolari socialista".

El último y también el primero, porque esas dos palabras juntas -"aizkolari" y "socialista"- forman una contradicción "in terminis", un "oxímoron". La primera de ellas apela a lo rural, a lo ancestral, a lo autóctono y a lo étnico, mientras que la segunda alude al paisaje industrial, a la modernidad, a lo foráneo y a la sana mezcla de sangres que hizo posible la Gran Huelga Minera de 1990 y el único socialismo vasco que ha existido.

El caso de Koldo, esa contradicción ambulante, y el de su aval Ábalos, ese malo de viñeta de cómic, simplemente sirven para ilustrar de manera gráfica y con unos tintes grotescos el nuevo episodio de una corrupción que es un mal genético de nuestro sistema político cesarista, en el que los políticos no responden ante sus electores, sino ante su jefe de partido, y por lo tanto callan todo lo que ven en éste y alrededor de éste pues en ello va su propio escaño. Lo decía recientemente Guillermo Gortázar, que es, por cierto, el autor de un libro más que recomendable, Romanones o la transición fallida a la democracia, donde explica la caída del Régimen de la Restauración por la incapacidad de asumir las reformas que España tenía pendientes. El equilibro que daba el bipartidismo lo justificaba todo, incluido el caciquismo y una corrupción estructural. Salvando todas las distancias precisas entre la España de hoy y la anterior a la Guerra Civil, la lectura de ese libro establece unos paralelismos inquietantes con un presente sin mecanismos de control al poder y en el que los partidos gobernantes dependen tradicionalmente de las minorías nacionalistas.

Mientras no se reforme la ley electoral, seguiremos atrapados en esta noria de los escándalos cíclicos. Hoy Sánchez pacta con EH Bildu, pero ayer Aznar pactó con el PNV y con la Convergencia catalana. Es verdad que hay una diferencia ética entre unos acuerdos y otros, pero ésta se aminora cuando recordamos los órdagos de Ibarretxe o el procés que tuvo como padre –no lo olvidemos- a Artur Mas.

Sí. Hay diferencia entre aquellas dependencias y las de Sánchez. La diferencia reside, entre otras cosas, en que éste ha tenido menos escrúpulos y en que, como diría Baudelaire, "su alma ha sido lo bastante atrevida". Es ese atrevimiento el causante de que lo que estamos viendo estos días no sea un Gobierno sino "la banda del empastre", un rocambolesco guion fruto de la confabulación entre Berlanga, Almodóvar y Álex de la Iglesia. Pero no nos quedemos en lo anecdótico ni en el habitual "y tú más", que nada resuelven y nos condenan al eterno retorno.

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