A veces ocurre que unas elecciones, aunque no cambien al gobierno, son capaces de transformar para siempre la realidad política de un territorio. Y, en la primera cita de nuestro apretado ciclo electoral preveraniego, Euskadi se prepara para dar un vuelco a su histórico escenario, aunque el Gobierno vasco siga en manos del PNV.
Los sondeos conocidos hasta el momento son persistentes. El ascenso de EH Bildu parece irrefrenable y se medirá por primera vez de tú a tú con el legendario poderío de los jetzales. Una mayoría de encuestas señalan un empate técnico entre ambos, mientras el CIS conocido esta semana apunta a que el PNV ganaría por la mínima.
Los socialistas vascos, como tercera fuerza, serán quienes entreguen la llave de Ajuria Enea, con gran probabilidad, a sus estables socios liderados por Ortuzar. Pese a ello, los de Otegi habrán dado un salto de gigante después de hacerse con la mayor parte del voto a la izquierda del PSOE.
Esta nueva realidad vasca ha venido fraguándose, a paso lento pero decidido, con años de recorrido. Desde que los diputados de Bildu en Madrid apostaron por el gobierno de Pedro Sánchez y priorizaron su agenda social frente a la identitaria e independentista, nada volvería a ser igual en el País Vasco.
El cambio de actores, el relevo generacional y un oído distinto a las preocupaciones ciudadanas ha hecho el resto. En el reciente barómetro del CIS, el candidato abertzale, Pello Otxandiano, incluso, aparece como el más valorado por los encuestados.
Apenas tres semanas después, los catalanes también deben decidir entre dos fuerzas nacionalistas e independentistas, de izquierdas y de derechas, responsables de su actual gobierno y de la cruenta y dolorosa ruptura social que provocó el procès. El euskera resulta difícil de entender para quien no lo habla, pero lo que nos vienen a decir las elecciones vascas no necesita traducción.
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