Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

La guerra sin final

Equipos de emergencias de Ucrania, en una imagen de archivo.
Equipos de emergencias de Ucrania, en una imagen de archivo.
Europa Press
Equipos de emergencias de Ucrania, en una imagen de archivo.

Nada hay más degradante para la especie humana que la guerra. O lo que es lo mismo, la tradición de matarnos unos a otros. Ni en la prehistoria ni en la historia, ni siquiera en la Biblia, hay recuerdos de tiempos sin guerras. Creíamos que las guerras se acabarían con el desarrollo cultural que nos llevaría a la convicción de que no hay nada mejor que la paz y la buena convivencia para todos los ciudadanos.

Pero pasan los años, pasan los meses y los días y las guerras no se toman vacaciones. Hemos vivido recientemente unas décadas, pocas, confiando en que los sustos de la Guerra Fría pondrían fin a esa tradición nefasta del enfrentamiento armado a ver quién mataba antes y más, y la esperanza enseguida ha fracasado. Los Balcanes, Irak, Siria y muchas guerras menores a las que no hemos prestado atención nos frustraron la ilusión.

Ahora mismo,  Europa -que para vergüenza propia es el continente con mayor tradición bélica- asiste a dos nuevas causando víctimas cotidianas para lo que no encontramos solución ni remedio. Estar unidos veintisiete países con intereses compartidos y ser el continente más desarrollado no es suficiente para que seamos incapaces de poner fin a lo que está ocurriendo en Ucrania y en Gaza. Y no es semejante fracaso lo peor.

Lejos de volcar todo el esfuerzo en la búsqueda de soluciones militares o diplomáticas susceptibles de recuperar la normalidad en las relaciones entre las etnias, las culturas y las religiones, la inquietud global de los europeos es que estamos evolucionando hacia una tercera contienda más alarmante, de proporciones universales. No hay dos sin tres y como en Europa ya hemos sufrido dos guerras mundiales, la situación de empecinamiento amenaza nada menos que con la tercera. 

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