La rotunda victoria de Salvador Illa en las elecciones catalanas aún no tiene confirmada la presidencia de la Generalitat, pero ya ha conseguido dos significativos premios: el fin del procés y el anclaje del PSOE sanchista a la Cataluña que se pueda construir a partir de ahora.
Fue Pedro Sánchez, en una arriesgada apuesta personal y política, quien fio la mayor parte de su crédito como presidente a la "desinflamación" del polvorín catalán, primero, y al "perdón sanador", según sus propias palabras, después. Indultos, modificación del Código Penal y amnistía formaron parte de tan temerario camino, difícilmente entendido en su partido y duramente atacado por la oposición con una constante y eficaz deslegitimación de cada paso.
Mantener la Moncloa y el Gobierno progresista ha exigido un alto precio a los socialistas que las recientes elecciones catalanas, para su alivio, han confirmado como rentable. El PSC, partido hermano pero independiente del PSOE y tantas veces distante como comprometido con Ferraz, se ha convertido así, con el triunfo de Illa, en el más sólido apoyo de la dirección socialista nacional.
La otrora omnipotente federación socialista andaluza, ya fuera del Gobierno autonómico, hace años que perdió el testigo de mando en el PSOE que tantas décadas atesoró, al tiempo que el felipismo y el bipartidismo se sumergían en un irremediable declive. El electorado socialista catalán, por su parte, y en plena lucha con las heridas del procés, resultó decisivo y fue el principal sostén de Sánchez el 23J para reeditar Gobierno y hoy, tras el 12M, ha vuelto a dar su mejor baza a Moncloa y Ferraz.
Aún se ciernen muchas incertidumbres sobre si Illa podrá ser investido president o habrá repetición electoral, pero en el PSOE, mientras continúe Sánchez, han firmado un nuevo Pacto del Betis con sede en Barcelona. Por eso es tan impensable que el sueño de Puigdemont de que Illa le 'entregue' la Generalitat se convierta en realidad.
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