OPINIÓN

El dilema de Esquerra Republicana

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el president de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonès.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el president de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonès, en una imagen de archivo.
Europa Press
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el president de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonès.

En tiempos de la Guerra Fría se popularizó en Estados Unidos y en algunos países europeos la expresión «tonto útil». Los destinatarios de tan poco amable calificativo eran los partidos de extrema izquierda de Occidente, dispuestos a ejecutar las instrucciones que emanaban de Moscú. Se ha sugerido que el creador de ese concepto fue el mismísimo Lenin, en referencia, precisamente, a los comunistas de Occidente. Pero, hasta el momento, no se ha encontrado confirmación por escrito de que el creador del régimen soviético dijera tal cosa.

Estemos o no ante una expresión leninista es probable que algunos en Esquerra Republicana de Catalunya se estén preguntando en estos días si deberían aplicarse a sí mismos esa categoría de tontos útiles de Moncloa. Echemos la vista atrás.

En mayo de 2018, hace ahora seis años, Pedro Sánchez adoptó la decisión temeraria y exitosa (como tantas otras de las suyas) de presentar una moción de censura al Gobierno de Rajoy. Era temeraria porque el PSOE de entonces tenía solo 84 de los 350 diputados del Congreso y, para ser presidente, necesitaba el apoyo de Podemos, Bildu y Esquerra, entre otros.

Atreverse a ser presidente gracias a socios parlamentarios de ese perfil era anatema, hasta entonces. Pero nada es anatema para Sánchez y pocos días después estaba cambiando el colchón de la Moncloa, según propia confesión.

Esquerra hizo presidente a Sánchez en 2018; facilitó su investidura en los años posteriores; negoció los indultos, la eliminación del delito de sedición y la rebaja de las penas por malversación; hizo de nuevo presidente a Sánchez en 2023; participó en la negociación de la amnistía; y, durante todo este tiempo, ha sido un incómodo –a ratos–, pero firme apoyo de Moncloa: socio preferente.

Por el camino, Oriol Junqueras y otros dirigentes de Esquerra pasaron años en prisión, mientras Carles Puigdemont disfrutaba de un palacete en Waterloo. Y ahora, cuando los catalanes independentistas tenían la opción de elegir entre quienes asumieron la cárcel y negociaron con el PSOE o quien se fugó, han dado un impulso al prófugo y un batacazo al presidiario.

Y, peor aún: ahora Esquerra tiene que decidir si hace presidente de la Generalitat al delegado de Pedro Sánchez en Cataluña –evitando una opción de gobierno independentista– o a Puigdemont –a quien desprecian–. Hay años en que uno no está para nada.

¿Soportará Esquerra la presión de las bases independentistas (no solo las de Esquerra, sino las del independentismo en su conjunto) para que se una Puigdemont y evitar un gobierno no nacionalista? ¿Veremos, de nuevo, acusaciones de traición entre unos sectores y otros del independentismo? He ahí el dilema.

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