Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Las exageraciones que hemos alimentando con Taylor Swift y que no fueron para tanto

Taylor Swift en su segundo concierto en Madrid.
Taylor Swift en su segundo concierto en Madrid.
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Taylor Swift en su segundo concierto en Madrid.

Ya pasó. El fervor por los dos conciertos de Taylor Swift en el remozado Estadio Santiago Bernabéu ya es historia. Y su nueva cubierta no ha aprobado con nota: necesita mejorar su insonorización para evitar el escape de ruido hacia el exterior y afinar la acústica para que la música sea más acogedora de escuchar en su interior. 

Toca apurar la renovación del mítico estadio merengue para su competitividad en grandes eventos. No obstante, los conciertos de Taylor ya han sido un éxito para sus fans convencidos y, también, para los medios de comunicación, que han comprado por completo la narrativa del show. Un show que ha jugado con varias exageraciones.

La primera, la propia exageración de los seguidores de la cantante. Porque algo ha cambiado a la hora de afrontar un espectáculo de estas características: la audiencia ya sabe lo que va a suceder, pues ha visto multitud de vídeos en redes sociales de los conciertos anteriores. Incluso documentales que graban en un maravilloso primer plano la gira. Los seguidores más fieles conocen hasta la caja en la que entra escondida Taylor en el estadio para irrumpir de manera más sorpresiva en el centro de la pasarela. Contar con tanta información previa, favorece expectativas frustrantes. Tener tantos datos de aquello que va a suceder define La Era del Spoiler constante en la que vivimos. Pero, cuidado, porque adelantarte a lo que va a pasar, e incluso fantasear días antes con cómo lo vivirás, puede frenar el gozo virginal de un concierto en directo. Es como ir a la exhibición de un mago y pretender anticipar cada truco. Así uno impide la experiencia completa de lo inesperado de la magia. 

La gestión de las expectativas siempre es compleja. Y los medios de comunicación somos muy de cebar las expectativas ajenas para que todo resuene a histórico y congregue más audiencia. Lo mismo inflamos que la ovación española emocionó a Taylor como en ningún otro país del mundo. Los mejores aplausos, los de Madrid. Aunque Taylor siempre haga una similar interpretación de sentimientos en su agradecimiento final. Porque estos conciertos cumplen un guion a rajatabla en los que se coreografía incluso el "gracias" para que el público se sienta único. No es nada nuevo. Ya lo hacía Lina Morgan en sus legendarias funciones. En el teatro La Latina, llegó a mostrar gratitud llorando en riguroso playback. Y la audiencia se creía que era verdad, aunque las lágrimas sonaran enlatadas.

Pañales y paternalismo

Pero el titular llamativo e hipercomentado del concierto ha sido que había fans dispuestas a ponerse pañal para aguantar sin ir al baño en las largas horas de concierto y, también, en los prolegómenos, durante la espera en la cola para pillar un buen sitio junto al escenario. Sitio del que no se podrían mover. O eso dicen. El anzuelo de un vídeo grabado para el impacto viral permitió alimentar tal debate, azuzado por el machismo interiorizado en la sociedad. Es habitual: cuando se trata de fans mujeres se suele picar en cierta condescendencia, donde el pañal da hasta para jocosidad. No se reproducen tales comentarios en un concierto de Coldplay, por ejemplo. Taylor se asocia a chicas y jóvenes. Entonces, se enfoca el tratamiento desde ese paternalismo rancio del que no se percatan ni los que se sienten más modernos.

En realidad, ni siquiera Taylor es una artista sólo de niñas. Su música representa al prototipo aspiracional de la chica normativa que abraza el sueño americano. Perfecto para enamorar a un amplio abanico de perfiles humanos. Sus composiciones no provocan, su estética no molesta. Habla de temas universales, sin salirse de los márgenes de la autopista en la que nos señalizaron la dirección exacta para ser  adorables. Y Taylor conduce estupendamente ese coche rosa.

Pero es que tampoco la escenografía del espectáculo ha obligado a nadie a ocupar un sitio horas y horas antes con cero posibilidades a moverse. Estamos en 2024. El escenario ha estado diseñado de tal forma que una pasarela cruza de lado a lado el estadio para que allá donde estuvieras en pista pudieras divisar dignamente a Taylor. Aunque llegaras 60 minutos antes del concierto. Es más, en este tipo de shows, si hay que correr al retrete, los fans suelen ser lo suficientemente cordiales para guardar el emplazamiento conseguido de otro fan. Sin embargo, renta más la liturgia de insistir en que habrá gente que vista pañal o podrían perder su ansiadas coordenadas junto a Taylor porque, ya se sabe, la exageración llama más la atención que la verdad. Más aún si permite ridiculizar a las fans. Así como espectadores nos sentimos con un regustillo de superioridad. Cosa que pocos debatirían con los hinchas de un concierto de Bruce Springsteen. Pero, esta vez, ha venido Taylor. Con su brilli-brilli y con sus pulseras que animan al cotilleo más superficial.

La sociología detrás de las pulseras de Taylor

Las pulseras con palabritas tampoco son tan triviales como parecen. En una sociedad individualista, la liturgia del intercambio de pulseras con mensaje favorece una sensación de comunidad muy fuerte. Los fans se llevan pulseras de los amigos que sumaron en el concierto de su ídolo. Aunque fueran completamente solos se marchan sintiéndose acompañados. Y con un recuerdo tangible, en plena época digital en la que todo está grabado mil veces en el móvil pero poco se puede tocar.

Curioso. Al final, no se ha hablado tanto del talento de la artista en escena como de las expectativas que nos invitan a pensar que estamos viviendo en primera persona un hito irrepetible. Queremos ser protagonistas, a veces con tal intensidad que pasamos de puntillas por lo memorable del arte de la propia cantante. En el caso de que lograra una actuación realmente memorable, claro. Qué difícil es la memorabilidad en tiempos en los que usamos las palabras "icónico", "histórico", "reina" y "diosa" en ocho de cada diez vídeos de TikTok.

Borja Terán
Periodista

Licenciado en Periodismo. Máster en Realización y Diseño de Formatos y Programas de Televisión por el Instituto RTVE. Su trayectoria ha crecido en la divulgación y la reflexión sobre la cultura audiovisual como retrato de la sociedad en los diarios 20 minutos, La Información y Cinemanía y en programas de radio como ‘Julia en la Onda’ de Onda Cero y 'Gente Despierta' de RNE. También ha trabajado en ‘La hora de La 1' y 'Culturas 2' de TVE, entre otros. Colabora con diferentes universidades y es autor del libro 'Tele: los 99 ingredientes de la televisión que deja huella'.

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