Se habían convertido en una familia. Creían en la justicia social y luchaban por los derechos civiles. Habían creado casas, escuelas y hospitales. Criticaban la hipocresía y abogaban por la solidaridad. No eran bien vistos y tuvieron que marcharse de EEUU para poder vivir tranquilos. Se trasladaron a una zona remota de América del Sur. Consiguieron ser autosuficientes. Crearon un auténtico Edén. Y el 18 de noviembre de 1978 se suicidaron. Las autoridades encontraron más de 900 cadáveres, entre ellos varios niños, apilados por el barro. Acababa de darse el mayor suicidio colectivo de la historia, la masacre de Jonestown.
Esas más de 900 víctimas no tenían los mismos problemas, ni provenían del mismo nivel socioeconómico. Cada uno con su bagaje, eran individuos diferentes, porque no existe un perfil concreto de víctima de sectas. En según qué circunstancias, cualquier persona podría verse envuelta.
Lo único que tenían en común aquellas personas era a su líder Jim Jones. Creó Templo del Pueblo en el estado de Indiana durante los años 50, en plena efervescencia racial, cultural e ideológica. Ante el racismo y el capitalismo, formó un grupo que, en principio, proclamaba la paz y la equidad. Con el paso de los años sus ideales se fueron endureciendo, pronto torciendo, hasta el totalitarismo. Se trasladaron a Guyana, cerca de Brasil, y fundaron Jonestown. Mientras, la justicia estadounidense los observaba con recelo ante la proliferación de denuncias por abusos. Al final, Jim Jones consiguió convencerlos a todos para tomar cianuro. Usó la retórica de la abducción. Es lo que se conoce como secta destructiva.
De hecho, lo único que diferencia una secta dañina de otro grupo social es su carácter destructivo y coercitivo. Porque, si nos basamos en la definición, una "comunidad cerrada de carácter espiritual guiada por un líder que ejerce un poder carismático sobre sus adeptos" podría ser desde un grupo de yoga hasta un partido político.
La falta de precisión es visible en el propio código penal español, donde todavía no está incluido, como tal, el delito de persuasión coercitiva o de manipulación mental, como sí existe en otros países. Hace unos días el falso lama Losel fue sentenciado a seis meses de cárcel por manipular a sus seguidores con fines sexuales y económicos. Es la primera vez que en España se condena así a un líder de una secta. No es un problema aislado. Se estima que cerca del 1% de la población occidental pertenece a una asociación de este tipo.
Las hay de toda índole. Científicas, apocalípticas, satánicas, políticas, religiosas o las de autoayuda, que son las que más están de moda ahora. Todas son distintas, pero usan el mismo método.
Técnicas emocionales
El líder te quiere, te escucha y apoya. En realidad, te está seduciendo. Se llama love bombing y pueden ejercerlo desde sectas hasta parejas. Consiste en una excesiva exhibición de amor, afecto u atención. Provoca en la otra persona una sensación de felicidad, al mismo tiempo una vinculación, que no es otra cosa que manipulación y control. Y para rematar la dependencia afectiva, después del amor vendrá el castigo. De repente un gesto de desinterés. O la predilección por otro individuo. Eso creará confusión y necesidad de atención. Dar y quitar. La combinación entre ambas prácticas es habitual en casos de violencia de género. Primero, el cariño. Luego, la humillación. Y después cariño otra vez. Una dinámica que merma y engancha.
Técnicas ambientales
Lo primero es separar a la víctima de su entorno social. El aislamiento es fundamental para que se pierda la red de apoyo habitual y se produzca un desarraigo, algo que favorecerá la adopción de una nueva identidad. En la secta Ciencia del Alma, por ejemplo, a los recién nacidos solo se les permite ver a la madre o al líder hasta cumplir los cinco años. El control de la información, como ocurre en cualquier régimen dictatorial, es usado para frenar el pensamiento crítico. A menudo se genera una dependencia, ya no solo emocional, sino también física, a través de la imposición de determinadas dietas que puedan provocar debilidad. Para no tener fuerzas ni de contrastar o razonar. Es el paso previo a la sumisión.
Técnicas cognitivas
Para interiorizar el dogma se busca debilitar la percepción de la realidad, la atención o el juicio. Es frecuente la creación de un lenguaje propio, un simbolismo, o la asociación distorsionada de ideas, como vincular la salvación con la muerte, o la purificación a través de prácticas sexuales.
Repetir constantemente una palabra es útil para memorizarla. Pero la memoria es asimilación. Lo que se reitera se aprende y se integra, por eso los mantras. También suele darse el uso de una vestimenta común, porque se deja de ser individuo para convertirse en grupo. Y el uso de ciertas drogas, en según que organizaciones, favorecerá los estados de disociación, psicosis o desorientación.
El perfil de las víctimas de sectas
No hay un perfil específico de seguidor, pero sí factores de riesgo. Aquellas personas que tengan baja autoestima, cierto grado de ingenuidad, o que estén lidiando con fases de ansiedad, traumas, enfermedades o separaciones, se encontrarán en un estado de vulnerabilidad. Ahí es donde la secta ataca. Y lo hará con sigilo, despacito, para que su manipulación pase desapercibida. Funcionan gracias al engaño y a la paciencia. Fue este juego de autoridad y recompensa el que convenció a los 900 de Jonestown.
La víctima no es necesariamente débil, ni mucho menos analfabeta. Por eso tanta gente cae en sus redes: amor para captar, castigo para adoctrinar. Es lo que ocurre en las sectas, y en cualquier relación abusiva.
Biografía
Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en 'Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias' y otro en 'Criminología, Victimología y Delincuencia'.
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