OPINIÓN

Ciencia o ideología climáticas

Embalse de Sau, en plena sequía en Barcelona.
Embalse de Sau, en plena sequía en Barcelona.
AP
Embalse de Sau, en plena sequía en Barcelona.

No. No es mi intención negar el llamado "cambio climático" ni hacer méritos para que me tachen con entusiasmo de "negacionista". Lo que sí le inspira a uno verdadera prevención es la mezcla de ciencia e ideología que se produce en torno a ese debate. Y es que ambas, por propia definición, son antagónicas. La ciencia se caracteriza por estar siempre en movimiento, por rectificarse, por desmentirse a sí misma. Para la ciencia lo que ayer fueron certezas hoy pueden ser falsedades mientras que la ideología se caracteriza por su estatismo, su inmovilismo dogmático, su inmutabilidad en nombre de unos principios. Lo que se valora en el ser ideologizado es que se mantenga fiel a la doctrina política que abrazó hace décadas. Palabras de cariz claramente despectivo como "revisionista" o "chaquetero" dan fe de esa naturaleza propia del fenómeno ideológico.

La ciencia, o, mejor dicho, un acreditado y mayoritario número de científicos, puede hoy sostener que existe un calentamiento global generado por la emisión de dióxido de carbono. Pero hacer de esa tesis un axioma ideológico que divida a los ciudadanos y a la propia comunidad científica en rivales políticos es algo desaconsejable cuando no catastrófico. Si un día se demostrara científicamente que no es el CO2 el causante de los ascensos de la temperatura ambiental, quien ha tomado esa tesis como un postulado ideológico se vería en una engorrosa tesitura. Aceptar la nueva verdad sería tanto como incurrir en una traición, en una infidelidad. Y en la ciencia no existen las fidelidades ciegas, inquebrantables, acientíficas... La ciencia no se casa con nadie. Su independencia es su único principio.

Ciencia e ideología no son compatibles. La experiencia que tenemos de esa desastrosa mezcla fue el marxismo, que se autodefinía como "socialismo científico". No hay más que mirar a los casos más representativos por recientes o aún vigentes del socialismo real para reparar en lo que tienen de ilustrativos de esa presunta naturaleza cientifista: la Cuba de Fidel y Díaz-Canel, la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, la Corea del Norte de Kim Jong-un… ¿Podemos llamar a esos regímenes y a esos representantes "científicos" sin que ese término suene a otra cosa que a sarcasmo?

A lo inapropiada que resulta esa receta que mezcla en un mismo guiso ciencia e ideología se suma el uso improcedente del término "negacionista" para ubicar a quienes cuestionan algún aspecto de la doctrina del global calentamiento. Hasta hace unos años negacionista era el que negaba el Holocausto judío llevado a cabo por los nazis. Llamar "negacionismo", como se está haciendo ahora de un modo nada inocente, al cuestionamiento de una tesis medioambiental, por irrefutable que sea, es un recurso retórico que no sólo tiene como objetivo elevar a la categoría moral una discusión que se dirime en el puro ámbito de la climatología o la biología (la Naturaleza carece de ética) sino banalizar la tragedia histórica de la Shoa.

Otro término improcedente que se esgrime contra quien cuestiona el dogma climático es el de "terraplanista". Aunque quienes lo usan pondrían el grito en el cielo, habría que explicarles que no se es terraplanista por negar que la Tierra sea redonda. Y es que, en efecto, no es redonda. Es esférica. ¡A ver si empezamos a hablar con propiedad ya que vamos por la vida de hombres de nuestro siglo!

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