Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

A Europa sin fango

Un equipo de técnicos monta en el hemiciclo del Parlamento Europeo un estudio de televisión gigante para retransmitir este domingo los resultados de las elecciones europeas.
Hemiciclo del Parlamento Europeo.
EFE
Un equipo de técnicos monta en el hemiciclo del Parlamento Europeo un estudio de televisión gigante para retransmitir este domingo los resultados de las elecciones europeas.

Reconozco que en mis limitaciones gramaticales y literarias no recuerdo haber usado nunca la palabra fango, que ahora escucho de manera apabullante. Al principio no le concedí mucha importancia, pensé que era un término entre tantas tonterías que lamentablemente manejan algunos políticos de esos que nos avergüenzan cuando hasta en el Hemiciclo hablan con tantas faltas de ortografía. Fue un colega que contó el otro día el bochornoso ataque de Corea del Norte contra Corea del Sur lanzando drones o globos repletos de fango maloliente lo que despertó mi curiosidad por esta palabra.

Ante el asco que me produjo semejante muestra de odio entre gente de la misma familia enfrentada por las ideas de sus dirigentes, me puse a consultar el diccionario con poco éxito y al final recurrí a Google donde aparecen varios significados. Uno "lodo gelatinoso", otro relativo a algún derivado del agua encharcada, pero ninguno que aclare las razones del abuso insistente de un término que repiten nada menos que el presidente del Gobierno y algunos de sus colaboradores. También comprobé si se trataba de alguna de esas palabras inglesas que han invadido nuestro idioma y no la encontré.

No me lo explico. Quiero entender que es un seudónimo de basura, algo maloliente, pero no llegué a comprender por qué ha sido rescatada precisamente por los que tienen la obligación de respetar la higiene de la lengua en que nos entendemos todos y la dignidad de los millones de personas que, de partida todos somos igualmente dignos, compartimos los mismos derechos. Incluso me temo que se use para estimular el mal olor que la naturaleza pueda crear entre la piel de unos y otros.

El fango no me parece un argumento digno para debatir ni ideas ni intereses, ni para frenar que las instituciones públicas, empezando por la Justicia, la institución suprema, cumpla con sus obligaciones sin caer en la tentación de que la convivencia se contagie y se acabe pues, eso, enfangando. Y perdón porque acabo de descubrir que también me ha contagiado tan nauseabunda palabreja. Espero, confío y deseo que los 61 compatriotas que este domingo elegimos para representarnos en Bruselas no la exporten a Europa.

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