El día en el que Felipe de Borbón y Grecia fue entronizado como Felipe VI, en España estaba abierto un intenso debate sobre el modelo de Estado. Para entonces, la extrema izquierda también se aprestaba a entronizar como su profeta al fundador de un nuevo partido bautizado como Podemos. Decían ser la mecha que provocaría una explosión política de tal magnitud, que acabaría con el calificado, con intención de faltar, como “régimen del 78”. Pretendían ganar en el siglo XXI la guerra que se perdió en 1939, cuando aquellos que sí combatieron a ambos lados de esas viejas trincheras ya habían estrechado sus manos con la intención de impedir que se repita la peor tragedia de nuestra historia.

Mientras se producía ese ataque, también asistíamos, sin embargo, a un hecho del que costaba encontrar precedentes recientes: un jefe de Estado pasaba el testigo a otro jefe de Estado con una cierta normalidad. Juan Carlos entregaba la corona a Felipe y la vida continuaba.

Un jefe de Estado pasaba el testigo a otro con una cierta normalidad. Juan Carlos entregaba la corona a Felipe y la vida continuaba.

La cocina política de aquella sucesión pacífica es el último acuerdo importante al que han llegado los dos partidos centrales del país. A partir de entonces, el sistema implosionó debido a una conjunción de elementos casi simultáneos: los terribles efectos de la crisis económica que empezó en 2008 y la insoportable sucesión de casos de corrupción, que ensució aún más la ya deteriorada imagen del bipartidismo. En especial, la del partido que estaba en el poder: el PP.

La irrupción de Podemos y de Ciudadanos volteó las instituciones para que entrara, al mismo tiempo, un necesario aire fresco y una inconveniente inestabilidad política. Por desgracia, el aire fresco se esfumó y, sin embargo, la inestabilidad perdura por el afán polarizador que se ha instalado en nuestro hábitat político, ya que algunos consideran que esa es la única fórmula para ganar y mantener el poder.

El 1-O no resultó gratuito para el rey, pero consolidó ante la mayoría de los ciudadanos su imagen democrática y constitucional

Por el camino, hemos vivido sucesivos procesos electorales que han derivado en investiduras fallidas que, a su vez, provocaban que se repitieran las elecciones; se han alumbrado gobiernos de coalición inéditos, sostenidos en el parlamento por partidos situados extramuros de la legalidad, como los independentistas catalanes. Y fueron ellos, además, los que forzaron la decisión más arriesgada de Felipe VI hasta el momento: su comparecencia ante los españoles después del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. Aquel servicio a la nación no resultó gratuito para el rey, pero consolidó ante la mayoría de los ciudadanos su imagen de monarca democrático y constitucional.

Ahora, en su décimo aniversario, la incipiente discusión de 2014 sobre monarquía o república está fuera de los márgenes del debate nacional. Y eso es por algo.