Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

El Gobierno de los siete partidos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este sábado a su llegada a Suiza.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este sábado a su llegada a Suiza.
EFE
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este sábado a su llegada a Suiza.

España no renuncia a ciertos detalles de originalidad, incluso institucional: actualmente es el único país democrático gobernado por siete partidos al unísono. Siete partidos, hay que añadirlo, con ideas políticas diferentes y en algunos casos claramente enfrentados. Los aglutina sin especial coherencia el poder; un poder encabezado por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el más proclive que cabe imaginar a compensarles el apoyo a sus ansias de poder, aunque sea un poder frágil, rechazado por una buena parte de los ciudadanos y caro cuando pasan factura. Lo sostiene la normalidad con que atiende variadas exigencias de sus aliados y su discriminación en los repartos equitativos entre las regiones donde radican los apoyos y las que quedan relegadas al olvido.

En realidad, el poder que ahora detenta Sánchez no se limita a pagar a sus compañeros de legislatura, catalanes, vascos y gallegos: la mayor parte de los siete socios aspiran a más, a imitarle en un futuro próximo a encabezar los gobiernos de sus territorios desgajados del conjunto geográfico nacional, crear sus propias independencias que les faciliten poder para aspirar a ser presidentes de las minúsculas repúblicas creadas, primeros ministros, ministros, aspirantes a ser miembros de la Unión Europea, competir con el resto de España en las relaciones internacionales y enviar embajadores por el mundo.

No se trata de una ambición fácil. España es un país sólido, con mucha historia y más cohesión interna como para dejarse desgajar por intereses de minorías ambiciosas de un interés común. Pero también hay que comprender que trayectoria de un presidente como Sánchez cultiva de manera indirecta sus esperanzas.

Muchos no olvidan que sin consultar con nadie entregó el Sahara a Marruecos y en contra de las grandes potencias reconoció un Estado palestino condenado a caer en manos de los terroristas de Hamás o Hezbolá. Por suerte, los sueños y utopías políticas se frustran bastante pronto.

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