Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Entre polillas

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, se reúne con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, en el marco de la cumbre 'El Cairo para la paz'. POOL MONCLOA/BORJA PUIG DE LA BELLACASA (Foto de ARCHIVO) 21/10/2023
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, en 2023
POOL MONCLOA/BORJA PUIG DE LA BELLACASA
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, se reúne con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, en el marco de la cumbre 'El Cairo para la paz'. POOL MONCLOA/BORJA PUIG DE LA BELLACASA (Foto de ARCHIVO) 21/10/2023

Ni el Palacio de la Moncloa es el monte Sinaí, a pesar de los encierros espirituales del presidente del Gobierno, ni Pedro Sánchez es Moisés en busca de los diez mandamientos para publicarlos en el Boletín Oficial del Estado. No tengo tan claro que Sánchez, como Moisés, sea el mensajero enviado al pueblo de Israel, aunque anda persuadido de que la mejor solución para aquellas tierras de Oriente Medio consiste en abrir en dos el mar Rojo, para dar cabida en este caso a dos pueblos, el judío y el palestino. Tampoco puedo asegurar que Pedro Sánchez no vuelva a redactar una carta a su nación, aunque esta vez únicamente sea para ahuyentar el terror infundado que ha provocado en la población la plaga de polillas.

Para que no le falte inspiración, léase el Éxodo 8:21-22: "Si no lo dejas ir, yo enviaré contra ti y contra tus siervos, y contra tu pueblo y tus casas, toda clase de moscas. Todas las casas de Egipto se llenarán de moscas, lo mismo que la tierra donde haya egipcios". Y es que hay una parte de la población española, probablemente la mitad si se observa el porcentaje de participación en las últimas elecciones, que está más preocupada por la epidemia de mariposas cenicientas que por el porvenir de Europa.

Decía mi paisano Luis Buñuel, en edad ya madura, que "a lo único que yo me afiliaría sería a la Sociedad Protectora de Animales". El director de cine de Calanda afirmaba que los insectos eran el verdadero sentido de la vida, el misterio del mundo del instinto, lo incomprensible. Tanto es así que pasaba tiempo observando los insectos, impertérrito, porque, como decía, allí estaba todo, desde Shakespeare hasta Sade. Por eso, y en connivencia con el españolazo de Dalí, sucumbieron a la estética de las polillas, convirtiéndolas en actores de reparto en Un perro andaluz. Antes, había sido Allan Poe en su relato La esfinge, después sería Jonathan Demme con El silencio de los corderos, los que se rindieron al enigma de las crisálidas voladoras.

La plaga bíblica de polillas que ronda España no ha dejado un hogar sin profanar. Hay quien busca en esos insectos el rostro de Donald Trump, porque hay una polilla descubierta en California en 2017 que lleva el nombre del presidente de EEUU. Que nadie busque connotaciones ideológicas, pues son más bien fisiológicas, ya que el bicho tiene escamas frontales de color amarillento en la parte delantera de la cabeza. Hay quienes, lectores de los clásicos griegos y romanos, ven en el azote de mariposas grises un esotérico mensaje de que algo aciago va a ocurrir, y creen ver calaveras africanas en el tórax de todos los lepidópteros que invaden cocinas y dormitorios. En fin, las polillas acabarán emigrando con su vida efímera hacia zonas más frías, allá en el norte de Europa. La Europa de la polilla ha sustituido a la Europa de la política. Y así nos va.

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