“Repetitio, repetitio est mater studiorum” decía con frecuencia mi profesor de latín. A mí aquello me entraba por un oído y me salía por el otro, y me parece increíble que ahora me acuerde. Algo de razón tendría el profesor. Veo que se tomaba la licencia de utilizar dos veces la palabra repetitio, porque la frase original -tiene su sentido- solo lo dice una. La repetición es la madre del estudio y el destino del ser humano cuando supera una cierta edad.
Mi abuela viajaba con frecuencia con mis padres por el norte de España. Eran otros tiempos, no había carreteras tan buenas y los viajes se hacían lentos y pesados. Mis padres tenían que pasar por Rentería para llegar a su destino. Al entrar en esta localidad, mi abuela decía lo siguiente: “aquí vivía la Alparracha, que era del pueblo, pero tuvo un desliz amoroso y se vino a a vivir a Rentería”.
Mi abuela había entrado en bucle. Lo decía siempre al pasar por el mismo sitio hasta que mi padre, en uno de esos viajes, le dijo: “madre, cuéntanos lo de la Alparracha, anda”. A mi abuela aquello le sentó muy mal y ya no volvió a contar la historia. Todos padecemos más o menos este curioso síndrome que nos lleva a repetir sin piedad algunas batallitas que nos hacen especial ilusión. Las personas cercanas están obligadas a padecerlas durante años.
Todos padecemos más o menos este curioso síndrome que nos lleva a repetir sin piedad algunas batallitas que nos hacen especial ilusión.
Desde un punto de vista científico no queda muy claro cuándo el ser humano empieza a repetir historias. Así a ojo, uno diría que puede suceder a partir de los cuarenta años, pero se han observado casos de la irrupción de este síndrome en veinteañeros recalcitrantes y en treintañeros nostálgicos. Es cierto que con el tiempo se agudiza. ¿Qué podemos hacer para no soltar siempre las mismas chapas?
El síndrome de la Alparracha tiene siempre un interruptor, un suceso que hace que el loro que todos llevamos dentro se ponga a hablar en piloto automático. En el ejemplo, sería ver el cartel de Rentería. Sin embargo, hay algunas batallitas que se activan de formas diversas y contra las que no es sencillo luchar. La única solución es ampliar el público. Para eso, la familia política y los nietos son unas víctimas perfectas porque tienen poca defensa y, por supuesto, nos queda la esperanza de que los que nos quieren lo hagan de verdad y nos digan con educación y cariño que ya hemos contado lo mismo cien veces.
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