OPINIÓN

Un zombi contra un payaso

Joe Biden y Donald Trump, en una foto de archivo.
Joe Biden y Donald Trump, en una foto de archivo.
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Joe Biden y Donald Trump, en una foto de archivo.

Hay un aviso capilar que yo siempre tengo presente con los dirigentes políticos. Aquel bigotito extravagante de Adolfo también lo llevaba Charlot, pero en un canciller denotaba no sé qué pulsión peligrosa. Los payasos son divertidos si son verdaderos payasos. Si no, suelen protagonizar películas de terror.

Fernando Fernán Gómez, el memorable actor de Chamberí, nos advirtió con su vozarrón que nunca debíamos olvidar que los políticos son unos tipos que tienen la desfachatez de querer gobernarnos. Si, además, imitan con su capilaridad o su vello facial a los comediantes, suman a su natural desfachatez una vanidad estética que solo se merecen los verdaderos artistas y no ellos, y demuestran que lo quieren todo: el poder terrenal y el del espíritu.

Donald Trump, por ejemplo, con su cabello abultado y amarillo señala una petulancia de ese tipo, sospechosa. Por su aspecto podría ser un humorista, pero resulta ser otra cosa. Tras sufrir la derrota electoral ante Biden, envió al Capitolio a una multitud de seguidores que provocaron una muerte y pudieron provocar muchas más. Aquello parecía un golpe de Estado en el único país del mundo fundado como una democracia y probablemente lo era. Pero Trump desató el incendio y, cuando se cansó de contemplar las llamas, se fue a Miami a jugar al golf. Los 18 hoyos salvaron a Estados Unidos de su segunda guerra civil, seguramente. Ochocientas personas fueron acusadas por delitos relacionados con el asalto, incluido aquel individuo de los cuernos, que entró en la cárcel despojado de sus pieles y de su cornamenta y abandonado, despreciado por su líder pirómano.

Para quienes no queremos a Trump otra vez en la Casa Blanca (por si acaso), resulta preocupante que los demócratas solo puedan ofrecer a Biden como alternativa. Lo hemos visto desorientado, caminando hacia la nada, como si conversara con fantasmas o duendes invisibles. Hay conspiranoicos imaginativos que se malician que no está gagá, sino que conversa con espíritus extraterrestres que le dan instrucciones sobre cómo dirigir el primer país del mundo. Los extraterrestres le podrían estar sugiriendo, incluso, un cambio capilar, un cardado, un teñido o unas extensiones salvajes que le permitan competir en igualdad de condiciones con Trump. Pero no creo.

Su continuidad como líder habla del declive político de Estados Unidos. Biden no parece en condiciones de soportar el rigor de los innumerables debates, mítines y viajes a los que deberá enfrentarse en la larguísima carrera electoral que finaliza con la votación del 7 de noviembre (el primer debate entre candidatos está programado para el 27 de junio, en la CNN).

Se suele señalar, como prueba de racismo ambiental, que en los 248 años de existencia de los Estados Unidos solo ha habido un presidente negro, Barack Obama. Pero poco se habla de que solo se han elegido a dos presidentes católicos en un país con un alto porcentaje de católicos. Uno fue John F. Kennedy, asesinado por un poder en la sombra, y otro es John Biden, un zombi. Las estructuras de los partidos continúan favoreciendo a los protestantes, porque el sueño americano tiene un corazón calvinista, según el cual la recompensa divina se logra tanto en la próxima vida como en esta. Y si eres pobre o fracasas y te hundes es porque Dios no está de tu lado. En el contexto cultural protestante, los camellos pasan por el ojo de una aguja de tres en tres.

El catolicismo cultural estadounidense, históricamente ligado al partido demócrata, es más bien liberal, pero no en el sentido neoargentino del término —sálvese quien pueda—, sino en el estadounidense, donde liberal equivale casi a izquierdista o progre (por mucho que aquí televisiones, radios y periódicos lo traduzcan mal).

Un viejo liberal católico que habla con los espíritus tiene por delante la tarea de derrotar a un candidato que ha demostrado no creer en la democracia. Recemos lo que sepamos, aunque no pisemos las iglesias. Siempre es mejor un católico de origen irlandés discretamente peinado que un protestante de origen alemán con el pelo fosforito. Siempre es mejor un demócrata —en su sentido pleno— que un tipo que no respeta las reglas del juego. Quizás es Kennedy quien habla a Biden desde el más allá y le dice: "Cuídate, viejo, hay fuerzas ocultas que te quieren mal. Y no te olvides de tomar tus medicinas".

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