Juan Carlos Blanco Periodista y consultor de comunicación
OPINIÓN

La extremización de Europa

Marine Le Pen, hablando este domingo en París.
Marine Le Pen, tras conocerse los resultados de las elecciones francesas.
Agencia EFE | EFE
Marine Le Pen, hablando este domingo en París.

Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia… España. Estoy tan preocupado por el ascenso de la ultraderecha que lo último que quiero hacer es caer en el trazo grueso de afirmar que todos los que votan a estas opciones son unos egoístas simplones que atienden al primer demagogo que les cuenta las supuestas verdades del barquero. ¿Los hay? Sí, hay quien vota a traficantes de bulos que anuncian el fin de la fiesta de la corrupción y a líderes testosterónicos imbuidos del virus nacionalista más tóxico. Pero no son la mayoría. Y lo honesto no es criminalizarles, sino reflexionar sobre cómo es posible que decenas de millones de ciudadanos se decanten en favor de opciones alejadas de los valores propios de las sociedades democráticas occidentales y desprecien el patrimonio de libertades y avances sociales y económicos que hemos construido en Europa estos últimos 60 años. Mejor la autocrítica que el desprecio a quienes no votan como nosotros.

El auge extremista es un fenómeno complejo que no se puede resumir con dos o tres titulares más o menos ingeniosos en una columna de opinión. Es fruto de la desconfianza generalizada hacia la clase política y de la polarización y la crispación que sufrimos en la conversación pública, pero también de la desindustrialización, del deterioro de los servicios públicos, de la gestión de la política migratoria y de unas cuantas causas más entre las que sobresale el miedo a que el futuro sea peor que el presente.

Y no se combate con eslóganes en las redes y pancartas en las calles e insultos a quienes les apoyan, sino ofreciendo soluciones reales a los problemas reales de esas clases medias y bajas que se sienten en el bando de los perdedores de una globalización que no pasa por sus momentos de mayor popularidad.

Así que menos lágrimas de cocodrilo, menos proclamas pomposas sobre muros que hay que levantar y más inteligencia y más pragmatismo político para abordar una situación que se nos está yendo de las manos. ¿Queremos una Europa abonada a los extremismos? ¿No? Pues ya están tardando las grandes familias políticas europeas en poner a Europa en el diván y en mostrar esas soluciones que tanto demandan sus ciudadanos

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