OPINIÓN

Su edad

Biden durante el pasado fin de semana.
Biden, presidente de los Estados Unidos.
Europa Press/Contacto/Italy Phot
Biden durante el pasado fin de semana.

Simone de Beauvoir inmortalizó una frase que, quizás a su pesar, sirve para más ocasiones que las que ella pretendía. "No se nace mujer, se llega a serlo". En eso pensaba en estos días de convulsas consignas políticas, entre debates y noticias: no se nace viejo, llega uno a serlo. Más allá de lo obvio, Beauvoir hablaba de que era la percepción ajena, la construcción social, la que encajaba a un individuo en una categoría, y eso es lo que está ocurriendo con el edadismo, cada vez más generalizado y menos cuestionado.

Biden, que se mostró poco agresivo, vacilante e incongruente en la última confrontación con Trump, ha provocado un pánico que ha enmascarado otras carencias bajo una etiqueta sencilla y reluciente: es viejo, demasiado viejo, ¿qué se puede esperar de un viejo? Su rival, que exagera su vigor y su dinamismo hasta la caricatura, pretende que de esa manera los votantes olviden que no son demasiados los años que le separan de lo que ha calificado, con la displicencia que le caracteriza, de una senectud invalidante.

La vejez, como el hecho de pertenecer a una raza, a un género o a un colectivo, cubre como una manta opaca las diferencias, las capacidades e incluso las excepciones de cada cual.

Menudean los viejos brillantes, las viejas excepcionales. La diferencia de formación, el nivel económico, la posibilidad de haber dado con los cuidados correctos o la lotería de la genética tiene más que ver con cómo se envejece que la edad en sí. Existen también casos terribles de vidas truncadas a una edad temprana, falta de asistencia específica en dolencias que se suponen propias de la edad, un cálculo de inversión y retorno en el cuidad geriátrico.

Quizás en todo esto lo más humillante sea lo terminante de las definiciones, las decisiones que otros toman por nosotros, la tutela no pedida, el juicio no solicitado, las atribuciones infundadas. La constatación, una vez más, de que no se mira a quien se tiene enfrente, sino lo que representa.

El edadismo incluye a todos en la misma categoría, en su desprecio e ignorancia, en el entorno de una sociedad obsesionada por la juventud, por la productividad y por el trazo grueso. Una sociedad desconectada del paso del tiempo, ignorante de la enfermedad, ciega a la diferencia, hasta que uno llega a ser todo eso y debe, qué remedio le queda, ocultarlo o apartarse.

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