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Juliana Hervás, centenaria: "No he fumado un cigarrillo en mi vida y beber solo bebo limón y agua, nada de vino, pero como de todo"

-Juliana, ¿qué día fue tu cumpleaños? "Domingo". Efectivamente, el 17 de febrero de 2024, Juliana Hervás cumplió 100 años de vida y era domingo. Sus parientes, los de Madrid, acudieron a desayunar con ella en un bar cercano a la residencia de mayores de Rivas donde vive desde hace dos años. Después, su hija Ana y su yerno Carlos la sacaron de paseo y fueron a comer al asador vallecano que ha aprendido a cocinar el cordero como le gusta a Juliana, al estilo de La Posada de la Villa, el mítico restaurante de la Cava Baja del centro de la capital.

Juliana ha llegado a centenaria conservando muy buen paladar y una memoria deslumbrante. En una mañana tranquila de inicios de julio, sentada en el jardín de la residencia, es capaz de nombrar a sus cinco biznietos, con sus edades respectivas; puede decir, dígito a dígito, los teléfonos de sus dos hijas, Mayte y Ana, y el de alguna de sus nietas. Incluso recuerda cómo se llamaban sus maestros en la escuela de Torralba de Cuenca, la localidad alcarreña que la vio nacer en 1924.

"Se llamaban Doña Dora y Don José. Eran matrimonio y nos castigaban mucho, nos pegaban cada palmetazo que para qué, pero bueno lo pasábamos bien", recuerda de los años treinta del siglo pasado, cuando ella era una niña de 12 años y estallaba la Guerra Civil.

Torralba de Cuenca era entonces una villa de 400 habitantes y Juliana la sexta de los siete hijos de una familia de labradores y herreros que quisieron que todos sus hijos aprendieran a leer, a escribir y a echar bien cuentas. En esos primeros años Juliana forjó su carácter travieso e inconformista. "A veces me escapaba de la escuela con una amiga para ir por ahí de paseo", recuerda. Le compensaba aunque tuviera que soportar después los castigos de Doña Dora y Don José, que le hacían sostener varios libros encima de las manos y con los brazos abiertos.

Juliana Hervás, nacida el año 1924.
SERGIO GARCÍA

De la Guerra Civil, Juliana explica que no vio enfrentamientos cerca de su casa, aunque sus primos y su único hermano tuvieron que ir a filas.  Sus recuerdos son de pasar mucha hambre por la falta de comida y los trueques que hacía su madre con los pocos camiones que llegaban: "Cambiábamos trigo por azúcar".

Juliana forma parte de los 1.628 centenarios de Madrid, y de los 19.000 que hay en España. Son el doble que hace solo diez años, pero todavía poquitos, una generación escogida, si se tiene en cuenta que el INE ya proyecta para el año 2072 haya más de 226.000 personas centenarias en España, un país en los más alto del podio mundial de la longevidad.  

"Me vine a Madrid cuando tenía 18 ó 19 años", rememora al fresco Juliana, que solo ahora empieza a perder algo de audición y la vista del ojo izquierdo. "Vine a servir en la casa de un señor que se llamaba Carlos Bousoño (poeta, profesor universitario y crítico literario)", una familia que contó con sus servicios y su magistral cocina durante décadas.

Juliana, donde pasa el rato con otras residentes y los auxiliares de la residencia
SERGIO GARCÍA

En un baile en el barrio Salamanca Juliana conoció al "madrileño" con el que se casó y formó la familia a la que ha dedicado su vida. Él se llamaba Eusebio, aunque todos le conocían por Lorenzo, cuenta risueña, explicando que tal confusión casi trunca su boda.

Nacerían María Teresa y Ana. Ambas "en casa del señor Bousoño", que con la familia aumentada dice Juliana que les consiguió un piso en Portazgo, Vallecas, levantado por un sindicato. Allí ha vivido autónomamente hasta los 98 años, bajo la supervisión y compañía de una vecina, y los últimos veinte como viuda.

Los expertos en longevidad dicen que para llegar a cumplir el siglo de vida se necesita una combinación de "buena genética, buenos comportamientos o hábitos de vida, y una pizca de suerte". 

Juliana es la única de sus hermanos que vive y la primera en alcanzar el siglo de vida, aunque varias de sus hermanas vivieron hasta los noventa. Tampoco le quedan amigas de su generación. Pero es que ella no ha enfermado nunca. Lo máximo que ha estado en un hospital son 6 días el año pasado, por una insuficiencia cardiaca que la tiene en silla de ruedas, obligada a limitar los esfuerzos y más vigilada en la residencia.

"No he tenido enfermedad ninguna, caerme muchas veces, tengo las dos caderas postizas. Caídas muchas. Antes de ayer me caí en el baño. Fueron a ducharme y la silla en la que me sientan se rompió y di con el culo en el suelo. Me duele todo el cuerpo", asegura.

Encoge los hombros al pedirle el secreto de la longevidad. "No hay ningún secreto. Vivir normal, trabajar y trabajar". Pero sí que da algunas claves: "No he fumado un cigarrillo en mi vida y beber, bebo solo limón, y agua, nada de vino y hay que comer de todo, pero bien guisado".

Su pasión sigue siendo la comida, una vez que ya no puede hacer punto y que ha cambiado las novelas de amor que devoró antaño por "sopas de letras" y revistas del corazón. 

Presume, y su familia asiente, de haber hecho los mejores cocidos, callos a la madrileña y, como apunta su biznieta Lucía, las mejores croquetas.

En la residencia ha intentado que le dejen meter mano en la cocina, pero no ha tenido suerte. Allí guisan acorde a las necesidades de especiales de la tercera edad. Si la dejaran entrar, dice que les haría una sopa de ajo como a ella le gustan, con su sofrito, pimentón, ajo, y pan revuelto, y no el plato de agua con una gotilla de aceite que sirven.

Varias imágenes de la celebración del cumpleaños 100 de Juliana
Redacción

Cada vez que vienen a verla sus hijas, nietas y biznietos, como este primer día de julio, disfruta de salir a comer con ellos. Sea las torrijas que tanto le gustan, o el menú del asador donde celebró el centenario con entremeses, morcilla, fabada y el cordero de sus anhelos. 

Lleva Juliana ya varios años celebrando el que cree que será el último cumpleaños, el último día de la madre, el último viaje a Torralba, a donde viajó el julio pasado porque quería despedirse de los vecinos. 

"Ya no quisiera ya vivir mucho, ya si Dios se acuerda de mi haría un milagro. Ya me canso mucho, me duelen las piernas", dice en voz baja. Su hija Ana le recuerda que no es cuando ella quiera, que es cuando llegue el momento. "Cuando Dios quiera..." le responde.

Mientras no quiera, seguirá haciendo bromas con los auxiliares de la residencia y ganando al bingo, que además tiene esa pizca de buena suerte. Aunque últimamente haya algunas compañeras que se enfaden, "porque creen que la que canta el bingo hace trampas para que gane yo".

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