OPINIÓN

El éxito como valor ético

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sale de una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados.
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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sale de una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados

Lo vemos en esos vídeos en los que un periodista se mete entre los hinchas de Sánchez que se agolpan en torno a la sede socialista de la calle Ferraz con motivo de una campaña electoral, o de una convocatoria de solidaridad con su líder. Hablo de ese apoyo incondicional y carente de argumentos racionales que se traduce en agresividad contra el incómodo hombre del micrófono

De acuerdo; aceptemos que hay algo de premeditación, selección y manipulación en esas imágenes, y en los exabruptos con los que responde esa peña iletrada al tipo de la alcachofa. Aceptemos que podrían atraparse testimonios de la misma índole en determinados votantes de la derecha. Pero lo cierto es que el propio discurso argumental y demagógico del sanchismo va dirigido a ese sector simplón del electorado, en un grado de violencia verbal y conceptual que no alcanza ni de lejos al de la oposición, por más que el Gobierno identifique a ésta con la "fachosfera". 

La misma generalización en la que se incurre demasiado a menudo cuando se alude a la ausencia de respeto que rige en los debates del Congreso de Diputados resulta injusta e interesada. No son comparables ni los modos ni los argumentos de Feijóo con los de Sánchez, ni los de Óscar Puente con los de Cayetana Álvarez de Toledo.

Pero lo más grave y alarmante del beneplácito que reciben Sánchez y los suyos, cuando atacan a la prensa o a los jueces, no es que ese burdo aplauso venga del sector menos sofisticado de sus afiliados o votantes, sino de personajes del socialismo español que en su día gozaron de una proyección pública y de un cierto predicamento. Ante ese triste fenómeno, es inevitable y más que necesario preguntarse cuándo se inició el proceso de degradación en ese partido

Creo sinceramente que el momento crucial, eso que llaman "el punto de inflexión", se produjo con las traumáticas elecciones generales del 14-M de 2004, y la llegada del zapaterismo. Lo más insólito de aquella pintoresca legislatura no fue que la aplaudieran las jóvenes generaciones de la izquierda populista, sino un buen número de los viejos y prestigiosos rostros del felipismo. ¿Qué valoraban en el nuevo líder que se había hecho con la secretaría general el 22 de julio de 2000 y que ahora llegaba inesperadamente a La Moncloa? Creo que no fue ni su antiamericanismo ni su empeño en rememorar la Guerra Civil y en acabar con la cultura de la Transición, ni sus flirteos con el secesionismo catalán y el vasco más violento, ni el "talante" con el que pretendía justificar todo ese giro al radicalismo político. 

Lo que valoraban es exactamente lo que ahora se está valorando en Sánchez: su capacidad para obtener votos, o para usar éstos de un modo táctico que le permitiera acceder inesperadamente al poder después de la árida travesía por el desierto al que los había sometido el fracaso electoral de Almunia. Aquellas maduras glorias del socialismo felipista se dejaron deslumbrar por un pragmatismo tan imprevisible como eficaz y falto de escrúpulos. A partir de entonces se instauró en ese partido una nueva y catastrófica cultura: la del éxito como valor político, ideológico y -lo que es peor- como valor ético

No. No es que la derecha no desee ganar elecciones y no haga también sus trampas. Pero los que hoy votan a Feijóo lo hacen más por librarse del horror sanchista que por fervor acrítico hacia el tacticismo del discípulo de Mariano. 

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