Sabemos que Alberto Núñez Feijóo se declara bilingüe al manejar indistintamente castellano y gallego y que no sabe hablar inglés, tal como confesó a Ana Rosa Quintana en junio del año pasado. También, que lamentó la convocatoria electoral del 23 de julio por tener que posponer sus ya programadas clases con el teacher. Y que, por edad, estudiaría francés durante la enseñanza obligatoria, como tantos españoles a los que el franquismo alejó de la lengua de Shakespeare.
Lo acontecido en Francia estas últimas semanas, sin embargo, debería llevarnos a celebrar, y actualizar, nuestro conocimiento del país vecino, por mucho que en unas horas vaya a ser nuestro rival en semifinales de la Eurocopa de fútbol.
La lección dada por los franceses a toda Europa el pasado domingo sería digna de encontrar un pequeño hueco en la historia de nuestro convulso continente. La contundente victoria de la extrema derecha de Marine Le Pen en la primera vuelta de las legislativas fue capaz de alumbrar, en cuestión de horas, una candidatura única de las muy diferentes y enfrentadas izquierdas francesas y de tejer, con la derecha clásica y el macronismo, un cordón sanitario con la renuncia de cientos de candidatos como precio.
Los políticos fueron capaces de pagarlo y los franceses, de apreciarlo, acudiendo en masa a las urnas en dos fundamentales semanas que han salvado a la Unión Europea de entregar uno de sus países clave a la ola racista, xenófoba, clasista y antieuropeísta que avanza globalmente.
Vox, el aliado y socio del PP en no pocos gobiernos autonómicos y locales, ya se ha incorporado, con Le Pen, Salvini y Orban, al grupo ultra del Parlamento Europeo que pretende ser su tercera fuerza. Mientras, esta misma semana, Feijóo y sus presidentes autonómicos deberán aclarar sus contradicciones respecto al anunciado reparto de menores migrantes no acompañados de Canarias al resto del territorio nacional.
Abascal amenaza con romper los gobiernos si Génova no se opone y los populares hablan de solidaridad pero también de sus ambiguos límites. Los franceses, incluidos los de derechas, nos acaban de señalar claramente dónde está el verdadero límite y cómo defenderlo. Aprendamos mejor su idioma.
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