OPINIÓN

Elogio de la normalidad británica

Keir y Victoria Starmer
Keir y Victoria Starmer
Leon Neal
Keir y Victoria Starmer

Han pasado ocho años desde que los británicos cometieron una de las más grandes insensateces de la historia de un país tan importante como el Reino Unido: votar a favor de abandonar la Unión Europea. Los sondeos señalan que buena parte de quienes eran partidarios del brexit se han arrepentido, a la vista de que no han disfrutado de ninguna de las ventajas que prometieron los defensores de tal desatino. Y quienes más han sufrido las consecuencias políticas son sus cretinos promotores del Partido Conservador, que en estos ocho años han tenido cinco primeros ministros, que se han ido autodestruyendo sucesivamente, hasta llegar a las elecciones del pasado jueves, cuando los votantes dictaron una durísima sentencia.

Siendo eso importante, también resulta interesante apreciar una circunstancia que se puede considerar residual, pero que merece un comentario: el talante del nuevo primer ministro. Porque Keir Starmer es lo más parecido que han encontrado los británicos a un tipo normal, con un programa electoral normal, en el intento de gobernar un país normal.

Después de haberse dejado llevar por el populismo cateto de los antieuropeístas paranoicos, ahora buscan que un dirigente político sin carisma y sin haber hecho promesas exageradas se ocupe de gestionar el día a día. Reducido al absurdo, la petición de los votantes a su nuevo primer ministro es "gobierne los asuntos públicos sin hacernos daño!.

Cuentan que el día en el que Harold MacMillan llegó al poder en 1957, un joven periodista le preguntó cuál era el reto más importante de su mandato al frente del 10 de Downing Street, y el nuevo primer ministro respondió, casi con melancolía: «Events, dear boy, events», lo que podría traducirse, con cierta libertad, como los asuntos o problemas inesperados; aquellos que no se pueden predecir. El desafío está precisamente ahí, y en hacerlo sin ridículas genialidades y sin convertir la política en simple tacticismo de imagen, a golpe de sorpresa diaria, como gustan de hacer determinados líderes no tan ajenos.

Muy al contrario, en otros lares han sido elevados al poder dirigentes políticos que pretenden hacer gala de lo drástico, de lo enérgico y de lo radical, como si el apasionamiento y la polarización resolviesen problemas. El ridículo brexit debería servir como enseñanza para todos. Pero cada país tiene sus propias extravagancias y las resuelve a su manera. El Reino Unido ha decidido resolverlas mediante la entrega de todo el poder a un solo partido, sin necesidad de acuerdos desestabilizadores. Nada parecido a lo que ocurre en España, donde el voto se ha atomizado hasta la exageración y la característica de los gobiernos es su debilidad.

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