Joaquim Coll Historiador y articulista
OPINIÓN

Terremoto en las derechas

Alberto Núñez Feijóo ha salido en "solidaridad" con los menores migrantes que Vox se niega a aceptar: "No se puede amenazar a nadie por cumplir con su deber y nosotros vamos a cumplir con nuestro deber".
Alberto Núñez Feijóo (izquierda) y Santiago Abascal (derecha), en una imagen de archivo.
Alberto Núñez Feijóo ha salido en "solidaridad" con los menores migrantes que Vox se niega a aceptar: "No se puede amenazar a nadie por cumplir con su deber y nosotros vamos a cumplir con nuestro deber".

La ruptura de Vox con el PP en los Gobiernos autonómicos a cuenta de la reubicación de los menas es una noticia de enorme calado que tiene diversas derivadas. El partido de Santiago Abascal no solo ha abandonado sus responsabilidades ejecutivas en Aragón, Extremadura, Castilla y León, Comunidad Valenciana y Murcia, sino que ha retirado su apoyo a todos los presidentes autonómicos del PP. Por tanto, se abre una nueva etapa en el tablero de la derecha, con Vox haciendo de oposición tanto a Pedro Sánchez, como buscando la erosión del PP y de Alberto Núñez Feijóo. Es imposible no interpretar este hecho a la luz de su radicalización en la escena europea. Vox decidió hace unos días abandonar a Giorgia Meloni, que lidera el grupo Conservadores y Reformistas, para encuadrarse en Patriotas por Europa auspiciado por el presidente húngaro Viktor Orbán, cuyas simpatías por el régimen ruso de Putin son conocidas. Lo ha hecho en compañía del partido de Marine Le Pen y de la xenófoba Liga de Mateo Salvini.

La decisión de Abascal responde a diversas circunstancias. Primero, a una reconfiguración de la extrema derecha en Europa, que avanza con fuerza en diversos países, empezando por Francia o Alemania, sin olvidar Países Bajos, donde gobierna en coalición tras haber ganado las elecciones. Se está produciendo un debilitamiento del conservadurismo liberal clásico en beneficio de la derecha populista y Vox no quiere perderse ese tren. Y, segundo, como reacción ante la nueva formación del demagogo Alvise Pérez (Se acabó la fiesta), que en las pasadas elecciones europeas sorprendió con 800.000 votos, cuyo discurso es deliberadamente provocador y antipolítico. Vox quiere dejar de ser la muleta del PP, dejar de ser el complemento allá donde a este le falta la mayoría, y convertirse en alternativa. La decisión de romper, impuesta por Abascal, ha tensionado las costuras del partido, cuya vida interna nunca ha sido una balsa de aceite, ya que muchos pensaban que era otra amenaza que tampoco iba a materializarse.

Es pronto para saber qué pasará en aquellas autonomías donde el PP gobierna ahora en minoría. Más dudoso es que Vox logre emular el éxito de sus socios europeos, pues las circunstancias en España son diferentes y Abascal es un líder con poca capacidad de atracción fuera de su espacio. Para el PP el giro de Vox es una dificultad a corto plazo, pero también una oportunidad para caminar hacia el centro y quitarse de encima el sambenito ultra, asumiendo que la reunificación de toda la derecha es imposible en la nueva era populista que vivimos. El inconveniente mayor es que la ruptura no ha sido iniciativa de Feijóo, sino sobrevenida, algo que la izquierda siempre le reprochará al líder del PP.

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