OPINIÓN

Recuerdos desatados

Los helados en verano son la merienda favorita de los más pequeños.
Dos niñas meriendan helado.
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Los helados en verano son la merienda favorita de los más pequeños.

Con el paso del tiempo los recuerdos de la infancia se van arraigando cada vez más en nuestra cabeza. De hecho, es habitual que cuanto más mayor se va a haciendo una persona, más fácil sea que no se acuerde de lo que comió el viernes pasado y más fácil que sí reviva momentos en los que su abuela le daba un bocadillo de chocolate, e incluso traer a colación sensaciones como olores.

Es pura supervivencia, pero es fascinante saber cómo funciona la mente humana. Esta que determina en qué proceso vital estamos, y que va mucho más allá del físico. A veces lo que anclamos a nuestra cabeza y permanece dormido durante el paso del tiempo, de repente reaparece. No daña, pero sí da señales de que no se ha ido ni tiene pensado hacerlo.

Hay una novela escrita por la periodista cántabra Marta San Miguel, Antes del salto, que ahonda en esos recuerdos de la juventud. De hecho, narra una mudanza a Lisboa y el olvido de una foto con un caballo es lo que hace que la protagonista se retrotraiga a la historia que vivió con aquel animal que le dio momentos inolvidables en su vida.

Los pensamientos solo son eso mismo, ideas que salen en masa de nuestro cerebro en función de las vivencias. La importancia que adquieren en nuestra vida es la que nosotros queramos darle y, en función de eso, desatamos una emoción a la que los acabamos asociando. Hay pensamientos tristes, otros alegres, otros de odio, de asco o de miedo, por poner una serie de ejemplos. Pensamientos que con el paso del tiempo se convierten en recuerdos en base a la realidad que hemos vivido.

La cuestión es que cuando estamos en un proceso de desarrollo como la infancia o la juventud muchas cosas que experimentamos son nuevas o se quedan ancladas en nuestra personalidad.

Por eso mismo nos llama la atención, y es más fácil recordar la primera vez que probaste un guiso de carne de cabra en Canarias a los 21 años que la décima vez que lo comes al año cuando ya has pasado la sexta década de vida. El de la juventud siempre sabrá mejor. Al cuerpo no le sorprende porque se ha acostumbrado a ello, y por ende al cerebro tampoco. Recordaríamos, eso sí, si ese guiso de repente nos causase una intoxicación por la que estuviésemos un par de días indispuestos.

Maldeciríamos la carne de cabra de aquella comida en concreto. Y así con multitud de experiencias que pasamos a lo largo de nuestra vida. Por eso nunca olvidamos a nuestra primera mascota, el primer amor, el primer viaje de fin de curso, o las veces que nuestra abuela nos preparaba esos bocadillos de chocolate antes de ir a jugar al parque. El resto de meriendas, por iguales que sean, no saben de la misma manera.

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