Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

Acusaciones graves

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece durante una sesión extraordinaria en el Congreso de los Diputados, a 17 de julio de 2024, en Madrid.
Pedro Sánchez en la sesión extraordinaria en el Congreso de este miércoles.
Eduardo Parra / EP
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece durante una sesión extraordinaria en el Congreso de los Diputados, a 17 de julio de 2024, en Madrid.

La sesión del pleno del Congreso de los Diputados del miércoles 17 de julio ha sido una demostración de la impenetrabilidad de la materia o si se prefiere, del perfecto blindaje, del método Ollendorf, del "diga usted lo que quiera que yo contestaré lo que me dé la gana", del "y tú más", de la incapacidad de escuchar al adversario, de la entrega furibunda al "a por ellos, oé", del retorno incansable al estribillo del fango y la nada, de la exhibición del arrepentimiento contrito por haber pactado la renovación del Consejo General del Poder Judicial que estaba pendiente desde hace cinco años; del disgusto del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por la ruptura de las alianzas de PP y Vox en cinco comunidades autónomas que hubiera debido recibirse como un alivio liberador pero que se ha preferido invalidar; del empeño tenaz por sacar de cada uno lo peor de sí mismo, del recurso a los modales propios del matonismo que tan bien despliega Patxi López, gustándose en la lidia para encender la pasión aplaudidora del tendido del sol.

Una vez más, que las intervenciones del presidente del Gobierno carecieran de límite de tiempo, en vez de ser una ventaja operó como un grave inconveniente. El orden del día constaba de un punto único que indicaba para qué se celebraba la comparecencia del presidente. Era para informar de los acuerdos adoptados en los dos últimos Consejos Europeos del 17 y 27 de junio, y también para exponer el plan de regeneración democrática con el que viene amagando desde hace días Sánchez. 

Porque han de saber los lectores que el presidente les quiere regenerar a ustedes, y a nosotros, para librarles del fango, aunque ahora que somos pequeñitos y de pueril inteligencia no sepamos apreciar el bien que nos hace. De ahí que, en vez de mostrarnos reconocidos como debiéramos en buena ley, nuestro estado de naturaleza caída haga que todo nos infunda sospechas. En cuanto a los acuerdos de los Consejos Europeos, apenas hubo alguna levísima referencia; y de la regeneración que se preparan para aplicarnos, todo quedó en que dos ministros del Gobierno van a escuchar a los afectados.

En todo caso, lo más grave de la sesión fueron las acusaciones de prevaricación con nombres y apellidos formuladas contra jueces del Tribunal Supremo y otras de corrupción dirigidas a los periodistas críticos deslizadas por parte de algunos portavoces parlamentarios, que hicieron gala de un valor temerario habida cuenta de que los agredidos carecían de capacidad alguna para darles en ese foro la réplica. Interesante que el ministro de Justicia allí presente nada tuviera que decir. 

La impresión más extendida es que en el ámbito del periodismo podríamos regresar a la casilla de salida, de modo que el campo se dividiría entre los afectos y los desafectos como cuando entonces: todo para los amigos, nada para los enemigos y para los indiferentes, la legislación vigente. Claro que queda diseñado un estímulo de 100 millones de euros para el fomento de la digitalización, que ya está cumplida pero que actuará de incentivo del buen comportamiento. 

Hace casi seis años, el 27 de septiembre de 2018, la Asociación de Periodistas Europeos en la VI Jornada Nacional de Periodismo convocó un debate bajo el título ¿Quién paga la mentira? ¿Es de pago la verdad? en el que participaron más de 300 profesionales de la información que apostaron por la lucidez frente al culto de la fatalidad. La cuestión es cómo activar a los ciudadanos de a pie, cómo hacer que la sociedad aborde los medios y las redes desde una posición crítica en vez de adoptar la actitud del ganado lanar, como diría Anson. Es de la mayor importancia que la ciudadanía rehúya la docilidad y evite ser embaucada. Veremos.

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